En el centro histórico conviven fincas de todo tipo. Las hay recién rehabilitadas y en perfecto estado de revista, pero también en situación de abandono total. En un último grupo se encuadran aquellas viejas casas de vecinos que han perdido a buena parte de sus ocupantes con el paso del tiempo. Los problemas surgen cuando unas realidades conviven con otras. Es lo que ocurre en el número cuatro de la calle Juana de Dios Lacoste, a pocos metros de la Basílica del Carmen.
De unos años a esta parte, vivir allí se ha convertido en un auténtico infierno. El edificio -de 1862-, linda con dos fincas que se encuentran totalmente abandonadas. En una de ellas se inició hace un par de años una promoción inmobiliaria que la adversa coyuntura económica y la crisis del ladrillo terminó paralizando. Hace ya más de un año que nadie ve por allí a ningún obrero.
El problema es que los trabajos han provocado daños en algunas de las habitaciones de la casa que aún se encuentra ocupada. Ahora, los vecinos no encuentran la manera de que la promotora de las obras se haga cargo de los desperfectos. Tampoco tienen idea de cuándo se retomarán los trabajos, que tenían como objetivo la construcción de cuatro viviendas, locales y garajes. La licencia de obras expiró en febrero de 2008.
Pero ahí no acaba la película, ya que la finca anexa, que ocupa la parcela delimitada por las calles Juana de Dios Lacoste, Francos y Pilar, presenta serio riesgo de desplome. El edificio se encuentra completamente abandonado desde hace bastantes años y ha pasado ya por las manos de distintos propietarios. Sin embargo, nadie hasta ahora se ha atrevido a recuperar su viejo esplendor. A lo más que han llegado los titulares de la finca es a colocar unas correas transversales que tratan de evitar el colapso de sus estructuras.
El grado de deterioro del edificio es tal que el callejón del Pilar se encuentra cerrado a los viandantes desde hace más de tres años y no parece que vaya a recuperar su estado primitivo de manera inminente, toda vez que a ambos extremos se han situado sendas puertas e incluso un buzón. Esta medida provoca incluso quejas de los comerciantes de la calle Francos, que han visto cómo se ha esfumado una de las principales vías de acceso a sus negocios.
Las consecuencias de estos molestos vecinos son fácilmente apreciables en la finca aún ocupada. A los desperfectos ocasionados por las obras hay que sumar las incomparables vistas que pueden disfrutarse desde los patios y azoteas del edificio: cornisas y paredes a punto de desplomarse, malas hierbas y escombros variados. Todo ello aliñado con el aroma de las decenas de gatos y roedores -unos vivos y otros muertos- que componen la fauna propia de cualquier finca abandonada que se precie.
Los vecinos han denunciado el caso ante la Delegación municipal de Urbanismo, que de momento no parece haber encontrado una solución a su demanda. Uno de los problemas con los que se encuentra es que los cambios de titularidad de la finca abandonada obligan a reiniciar el proceso para su inclusión en el registro de solares, momento a partir del cual el propietario dispone de un año para rehabilitar el edificio.
En caso contrario, la finca debe salir a la venta en subasta pública. Y tampoco llegado el caso se antoja breve la espera debido a la crisis del sector inmobiliario. De momento, los vecinos se conforman con el apuntalamiento del edificio en el que resisten cercados a una ruina urbanística que se les ha colado ya en el salón de casa.
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