La cúpula del PP ha revelado los dos grandes asuntos sobre los que girará su acción opositora en el curso político que empieza: la persecución que supuestamente sufre y la gestión gubernamental de la crisis económica. Sobre lo primero no es menester detenerse mucho, pues el Partido Popular, así como la inmensa mayoría de sus miembros, ignora qué es eso de ser o estar perseguido en política, pues se compone, como se sabe, de individuos y familias que encontraron cierto confort en la ominosa dictadura que tanta inclinación tenía en perseguir a la gente. El propio presidente fundador del partido, Manuel Fraga, hoy de lo más centrado del mismo, podría ilustrarnos sobre todo eso, sobre el confort y sobre las persecuciones de cuando sus años mozos, pero Rajoy-Cospedal, más jóvenes, se refieren al futuro, concretamente aquel en que han de sustanciarse ante los tribunales las causas por cohecho y latrocinio en que están imputados numerosos correligionarios. A la investigación e instrucción de las mismas lo llama persecución el PP, y eso es todo.
Respecto al segundo asunto, al de la errática e inconsistente gestión de la crisis económica por el Gobierno, ahí sí puede el PP pinchar en blando, pero sólo desde la perspectiva, privilegio de la oposición, de que no es él, que lo haría igual o peor, quien lo está haciendo malamente. Es políticamente lícito, desde luego, que el PP instrumentalice el descontento general para desgastar al Gobierno, pero también lo sería, si España no padeciera de amnesia crónica, que alguien recordara que estos lodos vienen de los polvos ultraliberales de los gobiernos de Aznar y de sus pares (Bush, Blair...), cuando a la gente le parecía que tenía mucho dinero mientras la plutocracia se lo robaba a dos manos.
De aquél dinero que no servía, en puridad, para nada, pues no alcanzaba remotamente ni para comprar una casa, viene ésta pobreza. Ésta persecución, verdadera e implacable, a los humildes.