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Opiniones de un payaso

Miguel Domínguez, in memoriam

Publicado: 14/01/2019 ·
17:08
· Actualizado: 14/01/2019 · 17:08
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Autor

José Antonio Ortega

(Con permiso de Heinrich Böll) es un espacio dedicado a la difusión de reflexiones al voleo o, si lo prefieren, al buen tuntún

Opiniones de un payaso

José Antonio Ortega es un periodista, escritor y sociólogo radicado en el Campo de Gibraltar

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El aciago suceso me pilló estando de viaje y tal circunstancia me imposibilitó acompañar a la familia como hubiera querido, aunque desde la distancia compartí su tristeza por la pérdida y transmití mis condolencias. Me estoy refiriendo al reciente fallecimiento del exalcalde, don Miguel Domínguez Conejo. La muerte nos acecha, caprichosa, a todos en cada esquina del camino de nuestra existencia y en cualquier momento puede jugárnosla. Conociendo como conocía su estado de salud sabía que tal desenlace podía estar próximo, pero saberlo no mitigó el impacto ni el pesar que me causó la noticia de su marcha inevitable hacia ese viaje sin billete de vuelta.

Estas líneas solo pretenden ser el modesto tributo de un compañero y amigo a su memoria. Y lo hago siendo consciente de que era hombre que no gustaba de los homenajes póstumos y de que para él no quería ninguno, así que, esté donde esté ahora, espero sepa disculpármelo. Es lo menos que puedo dar en agradecimiento al respeto y el afecto que me brindó a lo largo de los últimos siete años y en honor a la amistad que entre nosotros se fue fraguando desde que empezamos a compartir horas de radio semana tras semana.

Como dice el refrán, el roce hace el cariño. Y eso fue lo que pasó entre don Miguel y quien les escribe. Gracias a ello pude descubrir a la persona auténtica –honesta, sincera, esforzada y trabajadora– que, como primer alcalde de la democracia en Los Barrios, habría de protagonizar una de las páginas más brillantes de la historia reciente de este pueblo. Y lo llevo a gala.

¿Que cometió errores? Probablemente sí. ¿Qué ser humano de carne y hueso se encuentra a salvo de cometerlos mientras deambula por este planeta en su condición de mísero mortal? Pero, si los cometió, pagó por ellos, en algún caso demasiado caro, y mucho más de lo debido.

Cuando un hombre llega al final de su peregrinaje terrenal lo que de verdad cuenta es el resultado del balance que se pueda efectuar de su recorrido. Así lo ha creído la Humanidad casi desde sus comienzos y así lo sigue creyendo, o debería. Pues bien, el juicio que se puede emitir sobre la vida y obra de don Miguel Domínguez Conejo es sobradamente positivo, se mire por donde se mire.

Como diría un sabio de la talla de Cicerón, la reputación que uno deja como legado a la posteridad es lo que en realidad importa. (Lo demás no son sino zarandajas). Y don Miguel acabó sus días entre nosotros, como un señor, sin la menor tacha, le pese a quien le pese.

Cumplió con excelencia durante el tiempo que ejerció como servidor público –vista desde la perspectiva que proporciona el tiempo ya transcurrido la condena de inhabilitación por cuatro contrataciones indebidas mientras ocupó el cargo de primer edil de la Villa no mancilla su expediente, al contrario, lo enaltece– y cumplió también con nota más que sobresaliente cuando se dedicó a su profesión, la de cocinero, de la que tan orgulloso se sentía.

E igual se puede afirmar de sus facetas como padre de familia, amado por su esposa e hijos, como buen vecino y como miembro creyente y piadoso de la comunidad de feligreses de la parroquia de San Isidro Labrador, a la que pertenecía.

Pidió perdón, y fue perdonado, y él, a su vez, perdonó a sus enemigos, así que su alma seguro que descansa en paz, en el cielo o donde corresponda, y por aquí se le recordará siempre con la admiración y el aprecio que su figura merece.

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