Ha aparecido recientemente un número especial de la revista Seminario Médico dedicado a rememorar la andadura de un grupo médico durante medio siglo: el Servicio de Medicina Interna de la Beneficencia Provincial de Jaén. A instancias del entonces Presidente de la Diputación, el inolvidable Juan Pedro Gutiérrez Higueras, se creó este nuevo Servicio, del que yo, tras la pertinente oposición, me hice cargo. Corría el 1957, una época que podríamos calificar de heroica, en la que contaba más el esfuerzo personal de los sanitarios que las capacidades técnicas de la medicina hospitalaria, ubicada en nuestro caso en el viejo San Juan de Dios.
En ese ambiente de escasez de recursos, aunque de excelentes clínicos en diversas especialidades, se desenvolvieron las tareas de nuestro Servicio por un plazo de tres lustros: luego vendría el traslado (1973) al Centro Hospitalario Princesa de España, al que ya me he referido con anterioridad en un artículo titulado "El espíritu del Princesa". Cuando inicié mi labor en la recién nacida especialidad, las salas correspondientes eran, por su contenido humano, más bien un asilo. El hospital no hacía honor a su nombre: era un caserón inhóspito infradotado. A veranos tórridos sucedían inviernos gélidos que, en todo caso, hacían difíciles sencillas exploraciones, como auscultar un tórax, palpar un abdomen, realizar un electrocardiograma o un metabolismo basal. El espectro terapéutico de que disponíamos era estrecho.
Pese a estas dificultades, Medicina Interna prosperó. La colaboración con el resto de Servicios clínicos y paraclínicos fue excelente, y nuestro nivel asistencial se elevó significativamente. La enfermería pasó de la condición de asilo a la de un centro de agudos. Al mismo tiempo, se produjo un fenómeno singular: empezaron a acudir a nuestro grupo (al principio sólo éramos dos: el jefe y un interno ayudante) una pléyade de médicos jóvenes deseosos de conocer el manejo de un paciente: algo aparentemente tan sencillo pero realmente difícil como es realizar una completa historia clínica. A la praxis ante el enfermo se le añadió la tarea del aprendizaje teórico, inexcusable para ser un buen clínico. Había hambre de saber, y se superaban con creces los horarios obligatorios en aras de una mejor ayuda médica. Esa empeñada empresa se incrementó luego al trasladarnos al Princesa de España, llegando a superarse el centenar de asistentes formados en este Servicio, pionero en su especialidad.
Ahora, más de 50 años después, un grupo selecto de los que vivieron de cerca aquella hermosa aventura, testimonian, con emoción apenas contenida, lo que el Servicio de Medicina Interna Provincial promovió: ansía por ayudar al doliente con entrega y deseo ferviente por conocer las entrañas de una noble ciencia.
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