Este domingo toca pasar de nuevo por las urnas, en este caso para elegir a nuestros representantes en el Congreso de los Diputados, los cuales serán los encargados de votar al que ocupará la presidencia del gobierno de España. Cada vez resulta más difícil decidir el voto, porque a estas alturas de la democracia todo aquel que tenga un mínimo de entendimiento y, además, quiera entender, sabe que ya los programas electorales, las famosas promesas, no dejan de ser, en su mayor parte, cantos de sirenas para atraer incautos, o, cuando mucho, una declaración de intenciones, en ocasiones de complicada formulación práctica.
Lo dicho en campaña electoral, lo reflejado en los teóricos programas, tiene forzosamente que adaptarse a las circunstancias de tiempo y lugar en el momento de gobernar. Normativas europeas que obligan; la influencia latente de eso que algunos llaman “el mercado”; los acuerdos escritos y secretos de gobernabilidad entre partidos; y los hechos imprevistos o poco previstos de fuerte incidencia, dan lugar a rocambolescas piruetas donde lo que antes era blanco pasa a ser gris oscuro casi negro. Recuerden el argumento de la vicepresidenta socialista Calvo, cuando excusaba las incoherencias e incumplimientos manifiestos del jefe del gobierno: no había discordancias porque se trataba de dos personas, en la oposición hablaba el diputado Pedro, pero el que ahora decidía era el presidente Sánchez.
Si ya los programas electorales no son fiables, ¿qué nos queda para decidir el voto? Pudiera ser la posible afinidad y la confianza que un partido y sus candidatos nos transmitieran, algo que no deja de ser más psicológico que práctico. Pero es la tendencia que se impone y a ella juegan todos los partidos políticos. En las elecciones ya sobran las razones y se imponen las pasiones, por mucho que se intenten disfrazar como las primeras. Se proclama sin rubor el voto del miedo: que viene la derecha de los ricos; que viene la izquierda de los comunistas; que regresan los ultras del nacionalismo español; que se imponen los rupturistas independentistas. Los gritos se suceden en los mítines: "no pasaran", "los desalojaremos". Tu voto deja de ser un grano en la playa de la concordia democrática para convertirse en una piedra arrojadiza contra las opciones del otro.
Pero, además, te piden que tu voto sea útil. ¿Útil para quién y para qué? Por supuesto, el voto tiene que ser útil, pero desde un punto de vista personal. El voto útil es aquel que deja satisfacción a la hora de votar. En mi caso me deja satisfecho una opción política para la que, por encima de otros intereses, Andalucía sea lo primero.