Cuando las posibilidades de dar la cara, de decir, manifestar, expresar lo que se piensa, o lo que se sabe, son nulas, porque el hacerlo supone la cárcel, la represión, el linchamiento o incluso el asesinato, es evidente que la prudencia aconseja la clandestinidad y el anonimato. En ambos casos no sólo se comprende que se ejerzan, sino que es la esencia de una lucha para superar el poder autoritario impuesto, la dictadura, el fascismo.
Por ello quienes siguen usando el anonimato en una sociedad que se supone democrática hasta el punto de garantizar la libertad de expresión, manifiestan estar enfermos. Y naturalmente cuando una enfermedad daña a la persona se le ayuda para que restablezca su salud. Más aún cuando la enfermedad produce daños a los demás, entonces no basta con tratamientos, sino es preciso el aislamiento para conjurar el mal que los personajes anónimos causan a otras personas.
Cuando las personas se agrupan y el número permite comportamientos anónimos, hay quien escondiéndose en él, realiza comportamientos totalmente inadecuados, que incluso el conjunto de quienes le acompañan denostarían. Pero al no sentirse observado deja sus más bajos instintos al descubierto y hace daño. Porque los comportamientos anónimos siempre buscan dañar a otras personas.
Y si de eso trata la pregunta es ¿por qué los medios on-line permiten esas conductas, anónimas, sin que se ejerza control alguno sobre quienes anónimamente dicen lo que les parece o se les ocurre?. La libertad de opinión está directamente relacionada con la identificación de quien opina. Si la fuente es anónima no es posible enarbolar el derecho a opinar. Porque el derecho es personal y por tanto quien dice, al identificarse, asume las consecuencias de aquello que emite y debe sostenerlo ante quienes le pidan cuentas.
Mal, muy mal por aquellos medios, blogs, webs, etc… que permiten que las gentes que dicen (cosa bueno o mala, mentiras o verdades) no puedan ser identificadas. Y hoy día en internet con tanta firma digital etc… es más que posible que quien trasmite a la opinión pública esté perfectamente identificado, al menos por el medio de comunicación que le facilita el soporte para difundir ideas u opiniones. Siempre es posible el seudónimo, previa garantía de identificación cierta de quien lo usa. Una sociedad democrática debe erradicar la lacra del anonimato, porque siempre, siempre destila veneno.