"¡Qué ganas tengo de jubilarme!", me decía hace poco mi amigo Pedro mostrando su deseo de dejar de trabajar, quizá sin darse cuenta que cuando se jubile será un poco más viejo con los correspondientes achaques de la edad y con ese síndrome de la "hoja roja" que decía Miguel Delibes, haciendo alusión al papelito rojo que aparecía en la cajitas de papel de fumar y que anunciaban que ya quedaban pocas.
Es frecuente encontrar este deseo a todas las edades. El niño quiere ser mayor, el estudiante de primaria quiere ser de bachiller, el bachiller universitario, el universitario quiere trabajar y el trabajador quiere jubilarse. Nadie está contento con lo que tiene.
Este continuo deseo que tenemos de supuesta "mejora" me recuerda al cuento del picapedrero.
Había un trabajador que picaba la tierra en la montaña y se fatigaba día tras día, mañana y tarde, en invierno y en verano. Un día paseando vio la mansión de un rico con todos sus lujos y deseó ser como él. Por arte de birli-birloque se encontró cumplido su deseo. Se había convertido en rico.
Durante un tiempo disfrutó de su nueva vida hasta que llegó el día en que conoció al rey y tuvo que rendirle pleitesía. Algo fallaba, pensó. Quién pudiera ser como el rey. Y por el mismo procedimiento anterior se encontró convertido en monarca, estado que le mantuvo contento bastante tiempo hasta que otro día que cabalgaba con todos sus ropajes reales a lomos de su caballo, siento que había algo superior al rey. Quién pudiera ser como el sol. Y dicho y hecho, quedó convertido en sol navegando por el especio con gran magnificencia.
Muchos días disfrutó del gran poder de sus rayos hasta que cierto día fue ocultado por una gran nube. Quién fuera nube. Y nube fue y disfrutó nuevamente con ese estado hasta que llegó a chocar con una montaña. Quién fuera montaña. Y montaña fue. Y siendo montaña vio como un picapedrero golpeaba su propia tierra para desprenderle piedras. ¡Quién fuera picapedrero!
Y es lo que parecemos muchas veces en la sociedad con un deseo superficial y a veces frívolo, deseamos y deseamos.
Cuando uno compra un coche nuevo al poco tiempo desea otro que es ya mejor. Lo mismo pasa con el móvil, el ordenador o sus programas.
Lo progre es pigre al tiempo. Todos estos adelantos hacen la vida más rápida, más cómoda, más cara, más estresada. Pero no mejor.
El cuento chino del picapedrero es muy actual. Deseos sin fundamentos por puro desear caprichosamente. Ay si yo tuviera otra mujer, ay, si yo tuviera otro trabajo, ay, me gustaría vivir en otra ciudad, ay, me gustaría haber tenido otras circunstancias, ay... Y no te das cuenta que al final el picapedrero termina deseando ser picapedrero.
Sentir esa espiral de deseos, unos tras otros, es inconsistente. Seguirla es catastrófico. El deseo frívolo está hoy engordado con la publicidad y el marketing que nos hace desear muchas cosas. El deseo verdadero debe ser reflexivo y en función de un objetivo profundo y estable.
Te deseo lo mejor para tu vida, no lo más fácil. Baja de la inopia.
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