El campo español sufre la fatiga histórica de su abandono. Los agricultores y ganaderos fueron humillados por unas élites hacendadas que los consideraron meros siervos, carne de campo, gañanes, buenos salvajes, a los que recompensar por su gran esfuerzo con parte de lo que cultivaban o criaban. Cuando algunos de aquellos campesinos levantaban la cabeza, les caía todo el peso del latifundismo. Antonio Maestre recuerda en “Franquismo S.A.” cómo los Caballistas Negros, hijos de las familias más adineradas del campo andaluz, se dedicaron a cazar y asesinar a campesinos rebeldes, convirtiéndose de esta manera en el auténtico Ku Klux Klan de España.
Una parte importante de aquellos apellidos que sembraron el campo español de terror, entierran profundamente sus raíces en el Partido Popular y en VOX. Son los mismos que, congestionados de ira por la subida del Salario Mínimo Interprofesional, intentan parasitar las justas reivindicaciones de agricultores y ganaderos, vinculando el bajo precio de adquisición de sus productos, por las grandes distribuidoras, con la subida del SMI. Les ha salido mal. Su maniobra ha sido tan evidente como repugnante. La gente del campo siempre ha sido maltratada, pero nunca ha sido imbécil. Han sido los propios sindicatos agrarios los que terminaron expulsando de sus manifestaciones a los nuevos señoritos, que sólo se acercan al mundo rural para disfrutar de sus monterías, cerrar negocioso urdir golpes.
El problema con el campo viene de lejos. Existe una ignorancia urbanita, mal disimulada con prepotencia, sobre algo tan básico como real: si el campo para, todos y todas nos moriremos de hambre. Es sumamente hiriente la desproporción del precio que imponen las distribuidoras y lo que éstas pagan a los productores. Y no es suficiente con pedir autocrítica a la industria distribuidora de productos agropecuarios, hay que regular por ley un precio mínimo de la producción que esté vinculado directamente con los precios finalistas.
También resulta imprescindible que la sociedad asuma que lo que es barato en las grandes superficies, se paga muy caro en los derechos de quienes logran que nuestra despensa esté en permanente funcionamiento.