Qué fácil es llamar “ofendiditos”, “rancios”, “meapilas” a las personas que no tienen permiso para -ni en broma a compás de carnaval- utilizar siquiera rozándola la imagen real o distorsionada de un semejante con discapacidad. Qué fácil es cobijarse tras la cortina del “esto es carnaval” y el supuesto espíritu de los dioses del tres por cuatro para tapar la mediocridad de un humor vulgar, tan lejano al don de la originalidad que no parece ni de Cádiz. Qué fácil es reiterar la manida excusa del “no se enteran de qué va esto” para explicarle a personas que llevan el carnaval en la sangre algo tan inaudito como que sobre las tablas está todo permitido. Se les olvida que la ley eterna del carnaval contempla siempre el beso en la boca a las musas, la calidad que la cita exige, el respeto a las olas que vienen a morir a las costas de Cádiz.
Qué fácil es mirar otra vez a los armarios de los cofrades para insistir en las bolitas de alcanfor y hablar una vez más de universo casposo y anclado en otro tiempo. Qué fácil es meter siempre el dedo en la misma llaga para provocar porque no se tiene belleza para enamorar, porque se ausentó el reclamo de la hermosura cierta.
Y qué difícil es tener el talento y la gracia natural de Cádiz, de su Caleta, de su barrio de La Viña, esa chispa genial de humor fino y transgresor, canalla y a veces hostil, pero inteligente, salpicado siempre de crítica sagaz y útil, a menudo cruel pero siempre desbordante de espíritu aglutinador y brillante. Qué difícil es pensar una idea y tocar los costados de la sociedad con el arte que las maderas del Falla requiere cada febrero. Qué difícil resulta aprobarle a la otra parte que “como es carnaval” se permita licencia alguna. Y, sobre todo, qué difícil es que algunas personas entiendan que no todo vale (ni carnaval ni pitos de caña) porque las cosas hay que hacerlas por derecho, pateando a la vulgaridad y no a los sentimientos del otro, cogiendo siempre por el carril ondulado y no por la calle de en medio. Con arte, con duende, con categoría.
Que sigan de paso, que no se queden aquí, que pasen pronto, pero de largo. A seguir caminando por la avenida de la vulgaridad, poco a poco y venga de frente. Este meapilas juntaletras aguardará en la esquina esperando, comiéndose las uñas, pulsando una y otra vez el botón del bolígrafo de su sonrisa, comprando el CD, dándole las gracias al jurado por permitir que suba al trono la gente del carnaval que tiene el talento necesario para coger al toro por los cuernos, que se monta en las tablas como siempre han subido los carnavaleros de verdad, los consecuentes. Con inteligencia, con capacidad. Ya estoy impaciente.