El catedrático de filosofía de la Universidad de Cádiz, Francisco Vázquez, acaba de publicar en la editorial Cátedra, una brillante investigación sobre la pederastia perpetrada por numerosos curas de la Iglesia católica española.
A partir del reconocimiento de las privaciones a las que se somete un segmento significativo de la población, aparece el celibato como una contención artificial que, en no pocas ocasiones, desemboca en una monstruosa degeneración, cuyas consecuencias han sufrido cientos de niños y niñas.
Aunque la investigación de Francisco Vázquez se circunscribe al periodo de tiempo que va de 1880 a 1912, lo cierto es que los ejemplos de abusos sexuales en el seno de la Iglesia hacia niños y niñas, se han seguido reproduciendo hasta nuestros días.
Dos patrones de comportamiento se han repetido hasta la náusea: En primer lugar, la reiteración de los abusos por parte de curas hacia víctimas incapaces de defenderse, sucediendo, además, en un entorno supuestamente seguro, de vínculos espirituales, de recogimiento y confianza por parte de las familias. En segundo lugar, la ocultación y protección, por parte de la Iglesia, de los abusos y de sus perpetradores.
Aquella Iglesia que, a sabiendas, no denunció a los curas pederastas que albergaba en su seno, se convirtió, no solo en cómplice de lo pederastas, sino que traicionó una parte fundamental de su corpus doctrinal, fallando a los más vulnerables e inocentes.
Aquellos que hoy imparten doctrina política desde sus púlpitos, apoyando a la extrema derecha, aquellos que condenan la homosexualidad, el aborto, le dan la espalda a las mujeres y niegan el derecho a la eutanasia, revestidos de una falsa superioridad moral, harían bien en leer este estudio y hacer examen de conciencia. No combatir el mal de la pederastia, sabiendo que esta existe en la Iglesia, es posicionarse, sin ningún tipo de paliativos, con el mal absoluto.
Pater Infamis, da buena cuenta de la historia más oculta y oscura de la iglesia española. Esta genealogía del cura pederasta alberga muchos infiernos, siendo quizá el más doloroso el de la cuarta parte, denominada Vidas Infames, donde se narra con doloroso rigor algunos casos de abuso que, para que no se repitan, deberían ser referencia insoslayable de la memoria colectiva.