En la gran planicie que forman las Mesas de Bolaños, entre campos de cereal e imponentes molinos de viento, el Cortijo de Frías aguarda al viajero que, procedente de la autovía de Los Barrios o desde Jerez, ha llegado hasta aquí tomando la carretera que une El Portal con la fábrica de cemento. Al pie de esta vía y a la altura del Cortijo de Roalabota, un camino que asciende suavemente entre trigales y aerogeneradores, nos llevará hasta Frías.
Estos parajes fueron tiempo atrás dehesas de encinas entre las que discurría el antiguo camino de Vejer. Aunque en sus proximidades se encuentran viejos cortijos como el de Roalabaota -con nombre de resonancias árabes y del que ya se tiene noticia documentada en el siglo XVI-, el de Frías tiene un origen más reciente, en el XIX.
En todo caso, el enclave en el que se asienta está cargado de historia y en las tierras de Frías, así como en las cercanas de Bolaños, Barja o Las Quinientas, han aparecido vestigios de la época romana que algunos historiadores relacionan con el posible emplazamiento de villas y centuriaciones ligadas al Portus Gaditanus. Las vistas que desde Frías obtenemos de la Bahía de Cádiz, así como la proximidad de las marismas y del estuario del Guadalete, a buen seguro facilitarían que estos terrazgos fuesen colonizados desde antiguo.
Colindante con el de Frías se encuentra el cortijo de Bolaños. Tiempo atrás constituían una misma propiedad dedicada al cultivo de cereal y a la ganadería de lidia. En la actualidad, el caserío principal, así como buena parte de las dependencias, almacenes de aperos y graneros, se conservan en Frías, mientras que las antiguas cuadras, la vieja gañanía y otras estancias quedaron en el actual cortijo de Bolaños, tras la separación. En los últimos años, en Frías se han adaptado buena parte de sus dependencias como residencia rural abierta al turismo y a los eventos.
Entre los elementos más singulares del cortijo destacan el silo para cereal, cilíndrico y de bóveda semiesférica, levantado a finales del XIX o principios del XX, similar a los que se conservan en el arcense Cortijo de Casinas (en las proximidades de la Junta de los Ríos) o en el jerezano de Alcántara. Igualmente llamativa es la torre almenada que se utilizó como mirador y que se ubica en uno de los ángulos del patio, a la que se accede por una escalera exterior.
El resto de las edificaciones (señorío, puerta de entrada, dependencias…) fueron construidas en diferentes momentos de los siglos XIX y XX y se organizan en torno a un patio central que conserva la original armonía de la arquitectura popular y tradicional del campo andaluz. Alrededor de otro gran patio de labranza se distribuyen las cuadras de caballos, cocheras, almacenes de aperos…
Uno de ellos ha sido remodelado como sala de celebraciones. Como recuerdo de la dedicación ganadera que tuvo décadas atrás el cortijo, aún se conserva frente a la entrada principal una pequeña plaza de toros que se utiliza en la actualidad para tientas, capeas y espectáculos ecuestres y taurinos. Tal vez, para mantener viva la memoria de la antigua ocupación ganadera del cortijo, se instalaron en la fachada principal azulejos con motivos camperos y taurinos que pueden contemplarse entre las ventanas.
Pero sin duda, lo que más nos llama la atención es el cuidado jardín que se extiende delante de la entrada principal del caserío. Rodeado de setos y palmeras, el jardín, de 12.000 metros cuadrados de superficie, cuenta con amplias praderas de césped salpicadas de macizos de flores y macetones, donde crecen también una gran variedad de árboles, arbustos y trepadoras que alternan entre los setos y parterres.
En un rincón del jardín, frente a la casa, se encuentra una pequeña y cuidada plaza de toros. Otro espacio entre la arboleda ha sido habilitado como terraza y comedor al aire libre, sombreado por moreras, palmeras, cipreses, higueras…
En uno de los extremos del jardín se encuentra la piscina, rodeada también de vegetación. El conocido escritor jerezano Manuel Ríos Ruiz, menciona en su antología poética La memoria alucinada y en otras de sus obras al Cortijo de Frías, en el que su padre trabajó y al que ayudaba en su niñez en los trabajos del campo.
En otro de sus escritos rescata la memoria de José Junquera, casero del cortijo y cantaor flamenco, del que dice Ríos Ruiz: “José Junquera era el casero del Cortijo de Frías, allá en los años cuarenta y tantos. Estaba casado con Anica Montoya, hermana de La Bolola. Era un bizcocho como persona, un gitano señor de Santiago que admiraba a Venturita y a Miguel del Pino, a Manolo Caracol y a Melchor de Marchena. Como sabía que me gustaba leer cuanto caía en mis manos, me guardaba los periódicos que los señores o sus chóferes se dejaban en el salón de las copas, después de las batidas de perdices o de las carreras de liebres con los galgos. Mas lo que mantengo más vivo en mi memoria de la persona de José Junquera, es su cante por soleá. Le recuerdo sentado en el patio del cortijo, al ponerse el sol, cantando en soledad, mandando el cante al cielo con la mano y la mirada, cual sacerdote ejerciendo un rito, creando un ámbito de solemnidad que a mi espíritu de zagal le dejaba un mensaje lírico y musical emocionante, algo que me injertó cierto sentido de la verdadera jondura flamenca”.
Y junto a todo ello, las impresionantes vistas de la Bahía, de la campiña, de la sierra de San Cristóbal… Y, sobre todo, de los campos jerezanos.