Lo que se decía en broma hace unos años es hoy una auténtica realidad, ?el mundo es un pañuelo?.
Lo que se decía en broma hace unos años es hoy una auténtica realidad, “el mundo es un pañuelo”. No hay más que coger cualquier mañana el periódico y ver cómo los hombres de Estado se mueven por el mundo de una punta a otra, con más facilidad que lo hacemos los ciudadanos de a pie dentro de nuestra propia ciudad. Y, a las pocas horas, están de vuelta en sus respectivos despachos antes que si hubieran visitado un barrio de la periferia. Las distancias, efectivamente, se han superado.
Es más, cualquier chaval universitario nos cuenta que, el pasado verano, se ha recorrido Europa de punta a rabo, algunos países de América, de Asia y de África. Las cifras del turismo internacional y la emigración crecen de forma apabullante. El mundo es un pañuelo, de tal forma que conocemos mejor al resto de la humanidad que a nuestros propios vecinos. Los nacionalismos exagerados ya no son más que muestras trasnochadas del egoísmo individual.
No hace aún cincuenta años, los papas mandaban que en todas las iglesias se orara por la unión de los cristianos. Hace unos días recibimos la agradable noticia de que más de medio millón de fieles, sacerdotes y obispos anglicanos piden unirse a la Iglesia Católica. Cada año se reúnen distintas religiones en Roma para orar juntos y acortar las distancias que nos separan. Es más, se toman acuerdos que se ponen en marcha en las grandes religiones, aunque los grupúsculos sectarios que no hacen sino demostrar que están fuera de la corriente universal..
Los cinco continentes del planeta quieren imitar a Europa para tener una sola bandera y convertirse en una sola nación. Las ideologías políticas están dando pasos para acercarse desde la izquierda y la derecha al centro donde, con cierta moderación, podemos encontrarnos los humanos. Eso que nos parece tan difícil es posible que dentro de veinte o treinta años sea una realidad. Ciertamente, desentonan los políticos encastillados en las irritantes diferencias del Tercer Mundo y en el grupo de los 8 ricos, pero hay una conciencia imparable que nos empuja a la fraternidad.
Cualquier cristiano sabe que un hombre de fe es, antes que nada, un hombre universal y hermano de todos los humanos. Lo demás es obstinarse ciegamente en un racismo que nos lleva a la insolidaridad y al cainismo, con los hombres de todos los rincones del planeta. Los más extremistas del mundo judío y árabe ya están anunciando que hay contactos entre los representantes de ambos pueblos para encontrar una vía de acuerdo, aunque no falte cada día un loco para poner la bomba.
La fe en el armamento atómico, como única medida de disuadir al enemigo, se ha comenzado a poner en entredicho, no sólo por Norteamérica, sino por China, Rusia e Irán. Con las bombas atómicas que existen en el mundo, podríamos destruir nuestro planeta más de cien veces. Es verdad que los terrorismos no utilizan la razón, pero el hombre es capaz de superarse a sí mismo. Las manifestación en Madrid para defender la vida ha demostrado que aún existe la fe en el hombre. Y que nuestro planeta cada día es más “un pañuelo”: se desayuna en América, se come en África, se merienda en Australia, se cena en Japón y se llega a tiempo de dormir en Europa.