Le conocí en Doñana en el mes de abril. Yo rodaba un reportaje para Telediario y él acudía a una cita ineludible: Doñana cumplía cuarenta años de su declaración como Parque Nacional. Estuvimos toda una tarde charlando de cómo, junto a su amigo de fatigas, el jerezano Mauricio González-Gordon, y otros amantes de la naturaleza ya desaparecidos, lograron que Franco no sepultara el que hoy es uno de los parques nacionales más importantes de Europa, y del mundo. Les hablo del empresario, científico y naturalista suizo Luc Hoffmann (fundador, además, de WWF). Un hombre capaz que nuestro país supo distinguir la semana pasada con la Encomienda de Número de la Orden de Isabel la Católica, impuesta por SM el Rey. Ésta es una de las mayores distinciones de España.
Mientras yo tomaba planos en Doñana, el señor Hoffmann atisbaba a través de sus prismáticos cómo la naturaleza salvaje respiraba, rebosante de vida, en el que para todos los que estábamos allí se trataba de un paraíso sublime y extraordinario de no ser por este señor y unos cuantos amigos. Para luchar contra Franco a favor del medio ambiente había que tenerlos muy puestos, pero con ocho millones de las antiguas pesetas de hace cuarenta años, se pudo empezar a cocer el proyecto que ahora supone 200.000 hectáreas de Parque Nacional. A Hoffmann no le hizo falta encaramarse a ningún pino. No le fue necesario cortar ninguna carretera y verter residuos a las puertas de ningún despacho de la administración del Estado ni encadenarse a ninguna reja. El dictador no tardó en frenar la destrucción de Doñana.
Durante cuatro décadas, en el Parque Nacional se han logrado significativos avances científicos. Este espacio natural, donde encuentran su hábitat más de 400 especies de animales y más de un millar de especies vegetales, fue el escenario en 1993, del primer Plan de Desarrollo Sostenible de Europa, que le han convertido en un referente internacional. Este mosaico de ecosistema alberga además una biodiversidad única en Europa destacando, sobre todo, la marisma, donde su extraordinaria importancia hace que sea un lugar de paso, descanso y cría de miles de aves europeas y africanas. En el Parque sobreviven especies únicas en el mundo en peligro de extinción, pero científicos y naturalistas comprometidos hacen que, cada día, se le devuelva la esperanza a unos seres que si pudieran hablar darían las gracias a Luc Hoffmann y los suyos.
Pero cambiemos el escenario y viajemos a las Tablas de Daimiel. Este Parque Nacional se está secando gracias al pasotismo de un progresista (no fascista) español. España ha sido expedientada por Bruselas, que además incluye en la llamada de atención que los responsables medioambientales de nuestro gobierno no han controlado la extracción de agua de pozos que beneficiaban a los regantes legales y a los ilegales. Ahora, la administración debe explicar cómo el humedal protegido lleva cinco años secándose. A lo mejor hacen un vídeo corporativo y lo venden de puta madre, como acostumbran.
Un gobierno que dice implicarse en el medio ambiente, un gobierno progre y futurista, un gobierno que vela por el bienestar de su entorno y otras muchas cosas más, ha pasado, literalmente, de ojear de vez en cuando lo que ocurre a su alrededor. Figúrense si tuviera que venir de Alemania, por ejemplo, un fulano a salvar lo que nosotros no hemos sido capaces. España tiene otros procesos abiertos por la contaminación de los ríos, las minas y Huelva. No sé si la Bahía de Algeciras entra en la que los de Bruselas llaman reunión paquete. La Directiva de Hábitats de 1992, establece que “los países deben adoptar las medidas apropiadas para evitar, en las zonas especiales de conservación, el deterioro de los hábitats naturales y de los hábitats de especies”. Y precisamente las Tablas de Daimiel son Lugar de Interés y Zona de Especial Protección. Para nuestro gobierno no sé qué era. Para los ecologistas tampoco. Pero para los que nos ven desde otros países, una auténtica vergüenza.
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