Tengo el corazón
partío por el vértigo de un salto que no sé muy bien si se traducirá en un cúmulo de sensaciones placenteras, un indescriptible chute de adrenalina, o, por el contrario, no sería la primera vez, un incierto e inquietante salto al vacío. Supongo que a usted le ocurrirá lo mismo. El cuerpo, instintivamente, se me viste de primavera-verano pese a que sé, desde luego, que hay riesgo de tormenta, de negros nubarrones, conocidos, ya vividos, ya sufridos, ya pasados, pero no por ello superados. Tengo el corazón
partío, al retortero, en medio de un cruce de caminos tan ilusionante como desconcertante. La nueva semana se abre, de par en par, a una fase ‘3’ de la desescalada que viene a representar el principio del fin de una de las pesadillas colectivas más crudas que acierto a recordar. Incluso, puestos a categorizar sobre lo que dejamos atrás, me atrevería a afirmar que lo más desquiciante a lo que asistí en primera persona del plural desde que el mundo es mi mundo y tengo conciencia de ello. ¿Cómo tenemos que afrontar lo que está por venir? Converso con urgenciólogos, neumólogos, virólogos, genetistas, biólogos, inmunólogos, epidemiólogos… y nadie las tiene todas consigo. No hay certezas, evidencias científicas incontrovertibles que nos aseguren que la nueva normalidad esté desprovista de tropiezos, recaídas, de un volver a empezar que sería mucho peor que al comienzo de todos nuestras males recientes, porque la experiencia y el escarmiento pesan aún demasiado y las cicatrices están abiertas, supurando tragedias indignas, no curadas, como la de los miles de viejitos que murieron de Covid-19 en sus geriátricos –sobre todo, en Madrid- sin que se autorizara, al parecer, su derivación a hospitales al borde del colapso asistencial. Amar, hoy, cuanto amé, ayer, sin necesidad de medir todos y cada uno de los pasos hasta convertir la cautela y el sigilo en una forma de vivir permanentemente instalados en el miedo. Pero la nueva normalidad consiste en eso, en resolver la duda, siempre que se presente, anteponiendo el menos común de los sentidos a cualquier pulsión que sobrepase los límites de la protección de la salud pública. Es decir, no hacer nada que no hicieras con dos dedos más de frente.
Con todas las provincias andaluzas en fase ‘3’, la Junta asume plenamente sus competencias para permitir el tránsito interprovincial de personas. La atención ciudadana y las responsabilidades políticas se focalizarán, a partir de ahora, de Despeñaperros para abajo, en
Juan Manuel Moreno y
Jesús Aguirre, en sustitución de
Pedro Sánchez y
Salvador Illa. Amparados en los expertos, por cierto, ¿quién será desde hoy el émulo/protomártir regional de
Fernando Simón? Si la comisión parlamentaria de reconstrucción económica de Andalucía está presidida por Vox, sin mayor virtualidad que la de ejercer de bisagra y sostén de la gobernabilidad de las derechas, se consideraría cargada de coherencia institucional la decisión de que el nuevo portavoz autonómico contra la pandemia saliera de las filas del partido de
Santiago Abascal. Un epidemiólogo de Vox que ataque el peligro de contagios en la desescalada andaluza con la misma determinación con que su formación combate el
socialcomunismo bolivariano que corroe actualmente los cimientos espirituales de la Patria común e indivisible de todos los españoles.
La política regional
tardopandémica aporta escenas parlamentarias esperpénticas como la alusión plenaria del
lumbreras mediático del PSOE-A,
Francisco Conejo, a la ‘no retransmisión’ este año por parte de Canal Sur de la ‘no celebrada’ Romería de la Virgen de la Cabeza, y la altanera respuesta del consejero de la Presidencia, y súper-portavoz del Ejecutivo,
Elías Bendodo, que, no obstante, obvió en su jocosa respuesta que las unidades móviles utilizadas por la televisión pública, el último domingo de abril, para acercar a los confinados devotos la misa que ofició desde el Santuario el obispo
Amadeo Rodríguez Magro, pertenecían a una productora ‘pata negra’, mientras las propias de la radiotelevisión autonómica permanecían perfectamente aparcadas/olvidadas en las instalaciones del ente público. La alarmante decrepitud del
susanismo se antoja inversamente proporcional a la cohesión entre los socios de Gobierno de la Junta. Urge a Ferraz mover ficha en San Vicente. El todopoderoso
Juan Marín promociona al Senado a la onubense
María Ponce, secante de la consejera
Rocío Ruiz en Huelva, en detrimento de
Mar Hormigo, de la cuerda de
Fran Hervías, acérrimo rival del vicepresidente. ¿Quién va a ganar la batalla en Cs Andalucía? Si
Marín terminara imponiéndose, el diputado provincial
Ildefonso Ruiz y la portavoz municipal
María Cantos las llevarían claras, en tanto
Miguel Moreno culminaría su cuadratura del círculo en Jaén.