Quien ama a los caballos lo sabe. Montar, cuidar, convivir y disfrutar de tu caballo es un ejercicio tan claro, nítido, cierto y palpable de amor a este animal que Luzmarina Dorado, diputada de Podemos, debería haber preguntado antes de gritar a los vientos del sinsentido la tropelía que le ha regalado al mundo. Sostener que montar a caballo es explotar al animal y que es una de las formas que el sistema para maltratar a otros seres vivos es tanto como mantener que comer carne de pollo es un asesinato o que beber leche es robarle a la vaca sus entrañas para matar de hambre a un ternero. No, señora diputada, subirse a caballo no es una forma de explotación animal, como quedarte en el suelo sin montarlo no es un ejercicio que iguala a un ser con otro. Por otra parte, ni son iguales ni tienen que serlo.
Es baladí exponer la relación histórica del hombre con el caballo porque los cincuenta y cinco millones de años de existencia de este animal y la posterior convivencia estrecha con el ser humano no son el objeto de las declaraciones de la señora Dorado, no conforman ni aportan nada toda vez explican y arrojan luz sobre este asunto. Se trata realmente de volver a la lesión, al daño, al uso malintencionado de la dialéctica, a la maniobra de maquillaje torticero de la realidad.
Basta ya de falsas equidistancias que esconden puñales políticos con las hojas afiladas, basta ya de testimonios baratos y mensajes facilones al peso que tenemos que comprar con más envoltorio que núcleo. Con perdón a la señora diputada, lo que ha hecho no es ofrecer una declaración sino pegarle una coz a la razón, al sentido común, a la normalidad. Incluso, lesionar a quienes aman con todo su corazón a un animal sobre el que se montan.
Quien practica el noble, hermoso, sano y ético ejercicio de montar a caballo y lo realiza en base a su amor a la hípica, al caballo, a su relación con el hombre, a las disciplinas ecuestres y al bienestar de su compañero y amigo de sueños, no sólo no ejerce el maltrato, sino que puede ser elegido como muestra y catálogo de la relación armónica, vital y natural del ser humano con el animal.
A veces se nos escapan las riendas y se desbocan declaraciones cargadas de desaciertos, seguramente avivadas con las espuelas del odio. Se equivoca Luzmarina Dorado. El hombre y el caballo han ido macerando su relación desde la necesidad del transporte, pasando por la relación laboral y llegando a formar un binomio indivisible cimentado en un respeto y un amor que no puede entender quien habla desde la hiel. Es usted, señora diputada, quien debe bajarse del caballo del odio.