Entre el poniente y el levante
caracterizan tanto a la campiña de Jerez y al conjunto de la provincia. Con el paso del tiempo, ha construido barras arenosas y dunas, pero también ha condicionado el uso del suelo o la agricultura. En el paisaje abundan incluso pantallas vegetales para reducir su impacto
Más que ningún otro meteoro, si hay un hecho climático que caracterice a la provincia de Cádiz, ese es el viento, especialmente en el sur y en la costa atlántica, donde sopla con fuerza todo el año. El viento, con su terquedad y persistencia, ha condicionado no pocos aspectos de nuestra vida: los modos de vida, la peculiar estructura de callejas y el urbanismo de algunas de nuestros pueblos y ciudades, la agricultura, los paisajes, el turismo... El viento ha construido las barras arenosas y las dunas de muchos parajes litorales (Caños de Meca, la Algaida,Valdevaqueros, Punta Paloma,Trafalgar…) y ha sido también, durante mucho tiempo, quien ha frenado la voracidad inmobiliaria y la especulación urbanística y depredadora del territorio en muchos rincones de nuestro litoral, permitiendo que aún conserve espacios naturales en relativo buen estado.
El viento ha posibilitado las explotaciones salineras y ha remodelado así los paisajes marismeños y ha condicionado también el uso del suelo y la agricultura. Buena parte de las regiones costeras y de la mitad sur de la provincia, las conocidas campiñas con Levante, han debido orientarse hacia la ganadería ante los frustrados intentos de desarrollar cultivos, siempre limitados por la acción del viento de Levante, que termina por asurar las cosechas en los secanos. Ante su fuerza, de poco sirven las pantallas vegetales de cipreses, de cañas o de transparentes que vemos en La Ina, Río Viejo, Malabrigo o Magallanes, por citar sólo algunos lugares en cuyos campos se libra esta singular batalla.
de la mano del viento
De la mano del viento vienen también otras formas de turismo (la invasión surfera) y nuevas fuentes de riqueza, y así, nuestros paisajes, los horizontes de las sierras y las lomas del interior y de las regiones costeras, han quedado marcados para siempre con las siluetas de los aerogeneradores y de las líneas de conducción eléctrica. A los primeros molinos instalados en los montes de Tarifa o en las lomas de La Janda, han seguido parques eólicos en Medina Sidonia, Alcalá de los Gazules, Paterna de Rivera, o ya en el entorno de la campiña, en los Llanos de Guerra, Alijar, Roalabota, Espínola, Bolaños…, de modo que están permanentemente presentes en nuestros horizontes más cercanos. La provincia de Cádiz ocupa así un puesto de vanguardia en la producción de energía eólica, habiendo tenido que pagar como tributo un paisaje redibujado por la explotación del viento.
Los vientos dominantes en nuestro territorio son, principalmente, los conocidos como Poniente y Levante. Los primeros, de procedencia atlántica (del oeste y suroeste), suelen ser vientos húmedos y frescos y a ellos debemos las precipitaciones en nuestras comarcas, que aumentan en las zonas interiores de la provincia a medida que las masas nubosas, condicionadas por el relieve, ascienden y se condensan al enfriarse. El poniente veraniego tiene además un efecto benéfico en nuestros viñedos a los que aporta humedad en los meses más secos.
de procedencia africana
Y luego está el Levante. De procedencia africana, generado en el interior del continente, es por lo general un viento seco y de efectos negativos para la agricultura a la que condiciona y limita especialmente cuando sopla, abrasador y persistente, en verano. García del Barrio cuenta como anécdota cómo “la antigua laguna de la Janda, que tenía profundidades de hasta tres metros, se ha visto desecar en unas semanas con un temporal de viento de levante, incuso durante el invierno”.
Aunque hacia el interior los vientos de Levante pierden relevancia, se hacen también presentes. Pese a la dominancia anual del Poniente, la personalidad del Levante marca también nuestro territorio y nos afecta, de una u otra manera, a todos. Como acertadamente apunta un dicho popular “no se pueden ponen puertas al Levante”, aludiendo, de alguna manera, a su carácter indómito y rebelde que sólo parecen entender las veletas.
Lo expresa así Sebastián Rubiales en su novela: “El Levante aparecía, de cuando en cuando, dejando señales de su capricho por trastocarlo todo, como una voluntad superior y despiadada”. Y no le falta razón.
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