Primero fue una gigantesca manifestación convocada por Democracia Real ya y Juventud sin Futuro que recorrió las calles de Madrid. Luego fue una acampada en Sol que galvanizó y extendió todas las tensiones acumuladas
De eso se trataba. De tensiones sociales no resueltas, de agravios acumulados, de la constatación de la falta de futuro… una ola de indignación soterrada que recorría el país. Las acampadas se entendieron por todo el territorio, desde pequeños pueblos a grandes ciudades. Recordemos el contexto: gobernaba Zapatero que acababa de dar uno de los giros a que nos tiene acostumbrado el PSOE cuando gobierna: un plan de austeridad y recortes que afectaba a todas las clases populares condenaba a las personas y rescataba a los bancos. La mayoría de la juventud se enfrentó de repente a la constatación de que a ellos iba a irles peor que a sus padres, que su futuro era más que incierto.
Aquellas acampadas que duraron más de un mes pusieron en cuestión las premisas de un sistema político, económico y social cuyas grietas y límites eran cada vez más visibles. Se puso al desnudo el sistema político gripado que salió del régimen del 78: “democracia real ya”, “no nos representan”. Se cuestionó un sistema económico inhumano al servicio de los poderosos: “no hay pan para tantos chorizos”, “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros”. Se acogieron todas las luchas y todas las diversidades: apoyo a las personas migrantes, a la lucha feminista y a la ecologista…
Fue un reinventar la forma de hacer política y la acción social, que nos cuestionó a todos: desde colectivos sociales adocenados y quizás adaptados, hasta una clase política que excepto honrosas excepciones vio con temor y recelo cuando no directamente rechazo aquel movimiento
Y sin embargo el 80% de la ciudadanía les daba se respaldo y simpatizaba con sus reivindicaciones
El movimiento terminó, pero sus consecuencias todavía hoy podemos advertirlas. Se zarandeó todo el sistema político, un terremoto del que aún no se ha recuperado y que hace aguas por todas partes, pese a los parches de los partidos asentados que pretenden salvar lo que hay a costa de lo que sea, con poco éxito, por cierto. Terminó el movimiento en sí, cierto, pero tuvo su continuidad en las mareas que llenaron las calles en 2012 y 2013 o en la lucha contra los desahucios. Permeó y cuestionó de forma perdurable la forma de organizarse y de cuestionarse la política y la acción social. Algo que, salvando las distancias recuperaron y adaptaron con originalidad el movimiento de pensionistas, el movimiento feminista o la lucha contra el cambio climático.
En efecto aquel movimiento 15M que estalló en 2011 fue escuela de convivencia, de formas de organizarse, de cuestionamientos del sistema. Hoy el contexto ha cambiado, tal vez para mal, pero no ceja la crisis de un sistema político, económico y social que sirve a los poderosos y abandona a las personas. Un sistema que si queremos cambiar tendremos que hacerlo sabiendo rescatar las enseñanzas de la escuela de participación y acción directa de la gente de aquel 15M de 2011.