El séptimo arte en nuestra ciudad está de luto. Y es que, se nos ha muerto como del rayo -que diría Miguel Hernández- Antonio Castillo, un pequeño gran hombre que dedicó casi toda su vida a hacernos disfrutar del cine, mientras él aguardaba pacientemente junto a su máquina de sueños, devorando su bocadillo, escondido a nuestras miradas y ajeno a nuestro deleite.
Montador, proyeccionista y gerente del Cine Cervantes y los extinguidos Alkázar, Antonio era de esas personas que a uno le gusta encontrarse por la calle: divertido, irónico, exaltador de la belleza femenina y muy cariñoso con sus amigos, que eran y serán siempre legión. Yo te conocí cuando bajé por primera vez al cine del "Pryca". Cuánto me he reído contigo. Cómo te voy a echar de menos cuando entre al Cine-Club de la Universidad Popular y ya no te vea allí. Al subir las escaleras, para ocupar mi asiento, siempre te veía tras el cristal y cruzábamos nuestras miradas de complicidad. Un leve meneo de cabeza significaba que la película no me iba a gustar. ¿Cuántos metros de película, de celuloide, de sueños, de esperanzas han pasado por tus manos? ¿Cuántos besos, amores encontrados y desencontrados, cuántos crímenes, sonrisas y lágrimas han tocado tus dedos? ¿Cuántas ilusiones has puesto a funcionar de cuatro a seis, de seis a ocho y de ocho a diez? Cuánto nos has hecho disfrutar a los cinéfilos de esta pueblerina ciudad, con tu esclavitud laboral, querido amigo.
El pasado lunes, mientras te despedíamos, mi cabeza no paraba de ver escenas de películas. Una de ellas me vino poderosamente a mi subconsciente. Me acordaba de la secuencia final de ese milagro cinematográfico que es "Ordet" de Carl Dreyer. Cuánto hubiese dado porque nuestro particular "Johannes" se hubiera presentado ante nosotros para hacerte levantar de tu sueño eterno. Seguramente al abrir tus ojos y vernos a todos allí hubieras gritado: "pero qué hacéis todos aquí, que no estáis echando una caña. ¿No veis la hora que es?".
Si hace unos días el mundo de la pintura jienense se vestía de negro, ahora el turno le llega al cine. Lo único que consuela tu pérdida, es que por lo menos no vas a tener que soportar nunca en tus carnes, el ver cómo se cierra tu querido Cine Cervantes, que tanto te debe. Espero al menos que allá donde estés no tengas que seguir empalmando bobinas, ni cortando entradas, ni acomodando a espectadores de última hora, y que por fin te puedas sentar abajo, en el patio de butacas, y disfrutes tanto, como nos has hecho disfrutar a los que nacimos bajo tu paraguas de imágenes en movimiento. Se apagó para siempre tu haz de luz mágica. Descansa en paz compañero. Te echaremos de menos.