"Levántate, en pie, defiende tus derechos. Levántate, en pie, no dejes de luchar". Bob Marley.
20 años, 240 meses, 7.200 días. Han transcurrido dos décadas desde aquel fatídico 11S en el que dos aviones Boeing 767 pilotados por yihadistas de Al Qaeda se estrellaron contra las dos torres del World Trade Center, otro contra el Pentágono y un cuarto en un intento fallido contra el Capitolio. 2.996 muertos, entre ellos 19 terroristas, más de 25.000 heridos y 24 personas desaparecidas.
La hemeroteca es el pulso de la vida. Por situar, en la semana previa al 11S de hace veinte años el fiscal destacaba el carácter violento de Dolores Vázquez -aún nadie le ha pedido perdón-, Juan Marín era presidente de Sanlúcar Centro, García Pelayo del PP de Cádiz y Teófila Martínez del PP-A; Cabaña amenazaba con una moción de censura al PP en Sanlúcar y su entonces alcalde, Juan Rodríguez, tristemente fallecido, le replicaba que mejor explicara de "dónde sacaron los 50 millones -de pesetas- para el soborno" en el conocido caso Sanlúcar, Nueva Rumasa expandía su volumen comprando una fábrica en Burgos, Aznar era presidente, Rato vicepresidente económico y Rajoy ministro del Interior. Rafael Román, desde la presidencia de Diputación de Cádiz, pedía perdón tras haberse detectado casos de enchufismo en beneficio de familiares de dirigentes sindicales; Braulio Medel era ratificado al frente de Unicaja -y sigue-, bullía el caso Gescartera y Antonio Sanz, secretario general del PP-A, lanzaba duras críticas contra Chaves, Kiko negociaba su fichaje -fallido- por el Xerez y el grandioso Maro ironizaba en su viñeta contra Pedro Pacheco, alcalde: "No le diga gángste a Olivé que luego te cabrea cuando te llama Alcapone". Todo esto pasaba las horas antes a que los terroristas sacudieran al planeta con su mortal golpe.
El 11 de septiembre de 2001 queda marcado como aquel día en el que por primera vez toda la población del mundo presenció en directo un atentado terrorista. Aún con el escalofrío en el cuerpo inmóviles ante la televisión, presenciando el fuego de la torre norte, aterrados ante las imágenes de personas arrojándose al vacío, apareció ante nuestros ojos ese avión impactando contra la torre sur. Nunca, ni antes ni después, ha sido retransmitido en directo ningún acto terrorista, aquél día sí, sin imaginar que haría virar el rumbo de nuestras vidas porque instaló de golpe el terror islámico, nos hizo débiles ante atentados masivos, vulnerables por cuanto todos nos convertimos de la mañana a la noche en objetivos. Como luego sería Indonesia, Arabia Saudí, Casa Blanca, Madrid, París, Barcelona, Hamburgo…
La conquista de los Derechos Fundamentales ha sido el mayor cambio del orden social en el mundo occidental desde que se inició la lucha por conseguirlos con las revoluciones del siglo XIX, las diversas constituciones que los proclamaban y todos los movimientos sociales del siglo XX. No hay ámbito en el que no encuentre prioridad máxima el respeto a los Derechos Fundamentales, tanto en la sociedad estadounidense como en la europea. Su protección es el freno de todo sistema político y gubernamental. Ante cualquier lesión de ellos, la población salta como un resorte porque los tenemos muy claros. Desde este punto de vista, hay algo común entre el 11S y la pandemia del Covid-19, dos hechos que han provocado que la sociedad, en su conjunto, acepte sin rechistar la pérdida de estos derechos. Aún más, que lo acepte asumiendo que es lo mejor. Dos hechos que han sumido a la población en el terror y, ante ello, se acate que haya que perder la libertad o la intimidad con medidas encaminadas a protegernos. Tras el 11S, el presidente Bush declaró la guerra contra el terror, curiosamente no contra el terrorismo, sino contra el terror, consciente de que el atentado había sumido a la población en esa emoción negativa que desestabiliza al ser humano, le infunde estado de miedo permanente y le genera ansiedad. Como primera arma, aprobó la Ley US Patriot Act, también llamada por su presidente ley patriota. Una Ley que bajo la justificación de defender a la sociedad ante los terroristas, como acto más patriótico, otorgaba un mayor poder al ejecutivo para combatir el terror; se creó el Ministerio del Ejército y, a su vez y, aquí viene lo más importante, concedió competencias a la CIA para poder tener un casi total control de la población -espionaje interior- y de otros Estados, permitiendo las escuchas telefónicas a cualquier persona y el espionaje de las redes sin necesidad de autorización judicial. Medidas que perduraron hasta 2015. Una invasión pura y dura del derecho a la intimidad y al secreto de las comunicaciones que la ciudadanía, inmersa en un terror alimentado desde el mismo gobierno, aceptó de forma generalizada, asumiendo que todo valía si su seguridad y protección estaba en juego. Del mismo modo, cuando en abril de 2020 los gobiernos del mundo occidental se lanzaron a confinar a sus poblaciones, que no deja de ser una limitación al Derecho Fundamental de libertad de circulación, la mayor parte de la gente de todos los países aceptó que era una medida lógica y necesaria para protegerse contra la pandemia del Covid-19 sin plantearse que desde los respectivos gobiernos se nos estaba limitando un derecho inherente de las sociedades democráticas y libres, lo acatábamos porque el terror que nos invadía ante las imágenes de los informativos diarios justificaba que nuestros derechos sucumbiesen. Ahora, veinte años después del 11S y 17 meses de la toma de conciencia de la pandemia, tenemos claro lo vulnerable que somos, no solo por las amenazas contra nuestras vidas de las que antes vivíamos ajenos, sino también por la amenaza del peligro a perder nuestra libertad y esto es aún más grave cuando la población lo acepta si entra en pánico, cuando sucumbe ante el terror y de eso han tomado, hemos tomado, buena nota todos.
Teorías sobre el 11 S y la pandemia han ido circulando, algunas calificadas como conspiratorias, algo normal cuando en ambos hechos hay zonas oscuras y muchas preguntas sin respuestas. Que la CIA no tuviese conocimiento de la existencia de cédula yihadista en EEUU es algo que suena raro. Es más, se ha escrito mucho sobre la buena relación de Bin Laden con la familia Bush, no en vano su padre era un magnate con gran peso en Arabia Saudí que antaño suscribió contratos con la familia Bush. Además, Bin Laden fue un bastión para la expulsión de los soviéticos de Afganistán, colaborando para ello con EEUU. También se ha dicho hasta por ex colaboradores de la CIA que ésta conocía que varios yihadistas se encontraban en Los Ángeles desde el año 2000 haciendo prácticas de pilotaje de aviones y no lo pusieron en conocimiento del FBI, que es el competente en asuntos terroristas. También se destaca que las cajas negras de los aviones nunca se ha reconocido apareciesen -¿?-. La teoría conspiratoria concluye en que el ataque terrorista era conocido por el gobierno de Bush para dar pie al cambio en el orden social, justificando el aumento del poder del ejecutivo y de la propia CIA, controlando a la población sumisa ante la necesidad de ser protegida.
Por su parte, sobre la pandemia no se entiende por qué ningún gobierno occidental tomó medidas en los inicios de la llegada del virus a Wuhan cuando la OMS lanzó reiteradas alertas desde enero de 2020. Todos comenzaron a movilizarse en abril cuando ya había en el mundo 1.476.819 casos de infectados y 87.816 muertos, de los cuales 59.508 eran europeos. La teoría conspiratoria que circula con mayor intensidad es la de la participación activa del gobierno chino en la difusión del virus creado en un laboratorio de Wuhan, como plan piloto de uso de arma biológica de destrucción masiva y aviso al mundo occidental. 4 millones y medio de muertos a la fecha, según las cifras oficiales, algo que también alimenta la otra teoría de la necesidad de reducir la población mundial, sobre todo la más costosa -tercera edad-, que antaño se minoraba con las guerras. En cualquier caso, teorías que abundan en ese grupo de poderosos que mueven los hilos del mundo al más puro estilo de las películas de Bond, James Bond, luchando contra Ernst Stavro Blofeld, jefe de la organización Spectre formada por millonarios sin escrúpulos que ansían dominar el mundo. Porque, lo que parece claro, es que el mundo se maneja a través de unos hilos y de un extremo estamos muchos y del otro unos pocos.
Sea como fuese, tras el 11S y la pandemia tenemos claro, unos más que otros, que se cierne contra el mundo occidental amenazas que no sólo ponen en juego nuestra vida sino, sobre todo, el orden social, que parece ser el verdadero objetivo. Y nos quedan los ciber-ataques, de los cuales casi nada se habla cuando grandes empresas y administraciones los vienen sufriendo y, lo que es más sorprendente, ningún gobierno advierte a la población; vivimos en un mundo dirigido desde ordenadores, ciudadanos cada vez más dependientes de las app del móvil a la que volcamos datos inconscientes que nosotros mismos estamos dando la llave para nuestro control. Visto lo visto, es perfectamente imaginable que ante una nueva amenaza en la que se justifique que los gobiernos nos controlen, lo tengan fácil con nuestros móviles y buena parte de la población aceptará que es lo necesario para nuestra protección. Solo es necesario expandir un poco de terror.
En occidente la guerra se ha transformado, sentimos que esa seguridad en la que hemos crecido forma parte del pasado y, por eso, 11S y pandemia tienen elementos comunes. Nos hace ser conscientes de nuestra fragilidad. La única buena noticia, por agarrarse a algo, es que el miedo pone en valor que la felicidad en su estado puro está cerca, en lo más sencillo, a mano, en espera a que le prestemos atención.