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Sábado 23/11/2024
 

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Estética, camino de la ética

"... a veces nos asalta la vergüenza ajena al escuchar tertulias de confrontación social, donde los tertulianos, liberados de cualquier pudor, rozan el escarnio tanto personal como colectivo..."

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hablar de estética en Arte es propio y hasta imprescindible por ser parte esencial de la expresión en las diferentes materias artísticas y sus modalidades. Diríamos que es un elemento consustancial a toda creación.
Hablar de estética en la vida y sus diferentes manifestaciones suele ser menos habitual, al menos  en términos cotidianos, donde lo coloquial y hasta las modas varían su significado o, por el contrario, en un ejercicio de despreocupación, nos aleja del concepto y valor del mismo.
No cabe duda, somos cuanto somos. Sí, así de redundante. Pero queremos especificar para entrar en detalle, añadiendo al ´somos´ toda una serie de señales que hablan de nosotros. Cómo caminamos, nos sentamos, hablamos y en qué tono, cómo nos dirigimos a los demás, sonreímos, reímos y, en definitiva, cualquier otra señal que desde nuestro ser (cuerpo y alma) se manifiesta al exterior, forma cual espejo, una imagen de nosotros mismos frente a los demás.
Sería demasiado extenso asociar el término estética a cada una de las variantes vitales de nuestra vida. Por el contrario, generalizando, sí podríamos acordar que su presencia avala un camino bien diferenciado, tanto en cualidad como en interpretación de los mensajes que, de forma individual – relativo al individuo – o colectiva – relativo a la colectividad – solemos enviar día a día desde nuestro despertar hasta las horas de recogimiento. Es decir, nuestra actividad como muestra de nuestra personalidad.
Quizá sea la estética una palabra poco usada, poco pensada, poco valorada en términos objetivos. Quizá esta palabra, no haya sido enseñada desde que éramos pequeños en su extenso valor y determinante para nuestro devenir diario y futuro. Sin embargo, contiene el germen de otra palabra que sí reconocemos más fácilmente y  con la que solemos reconciliarnos a menudo, siendo su significado paradigma de la honorabilidad y el buen hacer: la Ética.
Si la estética es la manifestación, la ética es su esencia. Y al igual que el manantial brota incólume en salubridad y se manifiesta en fuente cristalina invitando a beber, así la estética invita a profundizar en su significado, en quien la ostenta.
Existen valores que por correlacionados perviven gracias al otro. Su sustancia se ve mezclada en una suerte de simbiosis que les sitúa en la misma escala de valores. En este caso, los más altos dentro de las cualidades humanas. Eso pasa entre la estética y la ética. Su correlación, unión y función se entremezclan, complementan y aúnan a través de aquella línea de comportamiento, esa manifestación humana que identifica lo mejor de las personas.
En cualquier acción personal, prescindir de la estética podría suponer una dejación infranqueable. Al contrario, ella suele ser la línea en nuestras páginas, los renglones de nuestra escritura y, como no, el vértice por donde se destila lo que en realidad somos.
Pero no debemos confundirnos. A la vuelta de la esquina podríamos quedar atrapados en el amaneramiento de fórmulas, modas obsoletas o etiquetas convencionales de baja estopa que preconizarían cualquier otra cosa que la sensible y siempre versátil cualidad de la palabra.
En términos de atracción, es la estética la que interpela al exterior. Bien es verdad que no todo vale y que para el buen observador la paja y el trigo pueden diferenciarse con facilidad. No. Estamos hablando de otra cosa; no de ese teatro – mal teatro – al que muchos en ocasiones recurrimos, cual actores denostados, pretendiendo vender un sainete por un Shakespeare. Hablamos de educación, autoeducación y cuando más de aspiración a la belleza, no solo externa.
Los modos y maneras provenientes de una atenta introspección, declaran un grado de sensibilidad propio de quienes, como seres humanos, aspiran a su realización.
Si ello, como venimos comentando, avoca a un comportamiento determinado  en lo individual y en el día a día, mucho más señalado es conservar la estética en los modos y maneras al tratar temas públicos.
Venimos observando reiteradamente desde las plataformas sociales, una vasta carencia de estética a la hora de emitir opiniones, realizar comentarios, o calificar actuaciones. Máxime si se trata del ´contrario´, el otro, el que no tiene nuestro beneplácito o aprobación.
Suele pasar muy a menudo en ámbitos políticos que la estética, como sustancia de la palabra y el comportamiento, deja mucho que desear respecto a lo que entendemos, debe ser y venimos expresando.
Es así que a veces nos asalta la vergüenza ajena al escuchar tertulias de confrontación social, donde los tertulianos, liberados de cualquier pudor, rozan el escarnio tanto personal como colectivo, invitando a la audiencia a la descalificación inmediata de la materia tratada, sin duda esencial en su verdadero contexto.
Es así que nos produce vergüenza igualmente, cotejar una y otra vez, la falta de estética en nuestros representantes cuando creen encontrar en la basta naturalidad, la fuente de comunicación ideal, sin darse cuenta que la vibración propia de las palabras y actitudes manan a su alrededor, pero, en este caso, no como fuente cristalina.
Es así que venimos comprobando como esa estética malsana, viene, al fin y al cabo, a ratificarse en actos cuyo calado se sustentan en el engaño y la escapada frente a lo que, contrariamente, debería ser una justa correspondencia.
Entrelazados estos dos términos, no podemos encontrar servicio gratificante en una presumida ética que no es asistida a su vez por la estética correspondiente. Es como si quisiéramos hacer vela del papel. Nos faltaría la cera.
Como si una llevara a la otra indefectiblemente, a modo de hermanas con gen común, no podemos sino afirmar que el camino se allana y limpia de barbecho en la adecuada presentación de su identidad. Como si de mensajera se tratara, la estética abre camino, deja huella y cala de inmediato en las sensaciones, dibujando la impronta de lo que viene después.
No hay escuela para la estética más allá de la metafísica. Pero ésta, la más próxima, se prevé autodidacta. No es necesario master ni licenciatura. No es religiosa ni atea. Simplemente es adquirida por voluntad propia y responsabilidad para con uno mismo y los demás. Lo restante surge. 
Es así que nos inclinamos a optar, en la correlación establecida, por el camino que nos lleva a través de lo delicadamente bello, a esa ética satisfactoria del comportamiento, agradable para la función personal y social.

                                                                                                    (A Manuel Rodríguez)

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