Decir ‘Malagueño’ en Barbate es sinónimo de helado. Raro es encontrarse con un vecino o vecina que en los últimos cuarenta años que no haya probado sus helados o sus legendarios polos de chocolate. Y hablamos de sus cuatro locales en la localidad y el más reciente de Zahara, pero no podemos olvidarnos de aquellos años en los que José Cabello Tirado se dedicaba a vender helados en su carrito o en su furgoneta.
Bien se puede decir que la familia Cabello Parejo ha llenado de sabor el paladar de todo un pueblo y ha ayudado a dibujar sonrisas de vainilla, fresa, chocolate y nata para aliviar el calor del verano.
“Mi padre llegó a Barbate en la década de los 50 del pasado siglo procedente de Archidona”, rememora Miguel Ángel Cabello Parejo, ‘el niño del Malagueño’, quien, junto a Pepi, Juan, Ani y Jesús, dirigen el negocio que heredaron de sus padres, el ya citado José Cabello y Antonia Parejo Albarrán, ‘la mami’. Ambos han fallecido, la madre en 2005 y el padre en 2010. Aún así, Miguel Ángel no puede evitar que se le salten las lágrimas al recodarlos… “mi madre estuvo al pie del cañón hasta el último día”, explica con la voz rota y un nudo de lágrimas en la garganta.
José Cabello huyó de las labores del campo para llegar a Barbate donde, a los 17 años, comenzó a trabajar con su tío, que tenía un carrito de helados. En Barbate conoció a su mujer, Antonia, natural de Antequera y durante años pasaba los veranos aquí, y los inviernos trabajando en Archidona en una cooperativa de aceite. Su sacrificio, su esfuerzo, daría pronto frutos.
Le compra el negocio a su tío
Al cabo de un tiempo, “le compró el negocio a su tío. Bueno, se lo cambió por el quiosco que había en la puerta de Camarón. En aquella época el negocio de helado era insignificante con un carro en la calle Lope de Vega”.
Pero ese carro fue el germen de la mayor empresa heladera de la zona, de toda una institución en el mundo del helado. Un negocio que fue creciendo poco a poco, piedra sobre piedra, gota a gota de sudor. En aquel primer carro los helados se hacían en un barreño dentro de una salmuera. Ahí se congelaban los polos. Pero el recipiente estaba en tal mal estado que se picaba y la salmuera entraba en contacto con el helado, salándolos. “Mi padre la tiró y se fue a Francia, a la recogida de la remolacha, para comprar una olla nueva”, tal y como contaba a modo de anécdota la ‘mami’.
En 1977, a través de un acuerdo con la Diputación que le permitía pagar una cuota mensual, compró el primer local, en la esquina frente al Ancla, aunque seguía con el carrito por las calles, por la arena… “Estaban mi padre, García, Matías, el gordo de la Cubana… luego en invierno vendía castañas, azufaifas, porque la temporada del helado era de Semana Santa a septiembre. También iba a Vejer, a la Romería de La Oliva. Cuando se compró el Citroën, comenzó a vender en Las Lomas y en Zahara, donde siempre quiso comprar un local”.
Luego llegó la furgoneta Mercedes amarilla, a la que se abrían todas las puertas y con la que incluso su hijo Miguel Ángel confiesa que “he conocido toda la provincia de Cádiz de romería en romería”.
El padre se dedicaba a venderlos, y se le daba de maravilla. Y su madre se dedicó a elaborarlos, y se convirtió en toda una experta. “Ella aprendió sola y a día de hoy mantenemos la misma base. Hacemos prácticamente lo mismo. De hecho, cuando nos dejaron el negocio nos dieron una hoja con la fórmula y la receta de los helados. Y esa base es nuestro secreto, es la base de nuestro éxito. Nosotros fabricamos nuestra propia base. El otro secreto es usar productos de la mejor calidad”.
Por aquellos años la madre elaboraba cubos y cubos de helados de vainilla, nata, fresa, chocolate y algo de turrón, sin olvidarnos de su polo de chocolate, “con mucho cola cao y que recuerda todo el pueblo”.
El primer local y el despegue
En el 78 adquiere el local en López de Vega, en el 1981. Por 2.200.000 pesetas, el primer local en el Paseo Marítimo, que regenta Miguel Ángel, quien recuerda que “no había casi nada, estaba desértico, apenas otros tres negocios”, luego llegaron otros dos en el mismo paseo… as hasta que su padre formó una sociedad, Heladerías Pepe El Malagueño, SL, que ahora gestionan entre todos los hermanos, unos de cara al público, y los mayores en la fábrica. Tras fallecer José Cabello, “los hermanos decidimos abrir una heladería en Zahara, en la calle Nécora, como homenaje porque era su sueño y porque allí siempre vendía mucho”.
De aquel destartalado carrito de helados a cinco heladerías. Y el secreto de su éxito es simple: “lo que tenemos es calidad. Nadie puede decir que somos los mejores del mundo, pero en calidad no hay muchos que nos superen. Si haces algo con el mejor producto, sale bien. No es el precio, es la calidad”.
En primavera “nos dedicamos a hacer pruebas. Con el helado de coco le dimos muchas vueltas hasta que no logramos el sabor que queríamos. Es entonces cuando va a la vitrina”.
Miguel Ángel se congratula de ser “una heladería muy clásica. Mantenemos los helados de vainilla, nata, fresa, tutti fruti, y chocolate”. Aún así también innovan. “Puedes hacer helados de cualquier sabor. Para el de queso nos fuimos a la feria de Villaluenga, probamos y probamos hasta que dimos con el queso de cabra payoya que queríamos. A partir de ahí, nos mandan la crema de queso, seguimos probando y probando, hasta dar con el helado que queríamos”.
E insiste, “si tienes calidad, vendes. El de mango es espectacular. Para el de chocolate usamos cobertura, aunque sea más caro. También usamos leche y no agua. Si compramos mandarinas, compramos las mejores. Los purés de fruta son cien por cien naturales y se los compramos a la mejor empresa de Europa. Es más caro, pero queremos lo mejor de lo mejor”.
De hecho, “nadie nos ha dicho nunca que antes estaban mejores los helados. Y es que los veteados actuales nada tienen que ver con los de hace veinte o treinta años. Potencian la calidad y el sabor”.
Pero no solo los helados son increíbles. Sus batidos son para volverse loco, sus granizadas, igual. El batido de mango es una maravilla.
Calidad, esfuerzo y tradición
Calidad, esfuerzo y tradición. Sí, detrás del éxito hay un enorme trabajo. Como el que realizaba ‘la mami’, que estuvo al pie del cañón hasta el último día. “Si a las doce de la noche no había helado de chocolate, bajaba y se ponía a hacerlo”. Por eso no es de extrañar que elaboren hasta 200.000 tarinas o envases al año.
A la par de la apertura del local en Zahara, llegó el cambio de imagen de la mano de José Ramón Losada, de Velvet Projects Studio, quien “me dijo que mis helados eran muy buenos pero la carta era una mierda”, recuerda entre risas Miguel Ángel.
Losada, de la mano también con Mesa12, se encargaron de la realización del proyecto de cambio de imagen que implicó el interiorismo de los locales, la marca, el logo y hasta el diseño de las tarrinas y cartas.
Así se adentró Heladerías Pepe El Malagueño, ahora El Malagueño a secas, “aunque sigue siendo Pepe”, en la modernidad, con un cambio sustancial de la imagen pero sin perder ni un ápice de su esencia. “Todos los locales van bien. Funcionan muy bien. Estamos muy agradecidos a Barbate y al esfuerzo de nuestros padres. Ellos nos decían que no nos peleásemos, que esto daba para vivir, y era cierto. Nos ha permitido vivir muy bien”.
Respecto al futuro, “queremos continuar hasta donde lleguemos, pero no queremos que nuestros hijos lo hereden. Apostamos por los estudios. Nosotros seguimos teniendo mucha ilusión. Ya no tenemos que demostrar nada”.
Barbate hasta en la matrícula
“Yo llevo el nombre de Barbate en la matrícula del coche”, afirma Miguel Ángel, quien destaca por participar y apoyar numerosas actividades culturales, sociales y deportivas de las que se celebran en la localidad. Destacable en su participación en las rutas del atún rojo, con la elaboración, cada año de un helado de atún, ya sea con mandarina, con Ferrero Roché o al Pedro Ximénez. Y es que “las cosas salen mejor si todo el mundo aporta algo”.
Agradecido al pueblo y al esfuerzo de sus padres. “Se desvivieron por el negocio. Mi padre supo hacer dinero, vivía en la calle. Y mi madre era una mujer espléndida. Aprendió sola a hacer helados. Ambos se complementaban a la perfección”.
“Mi madre decía que mientras viviese, estaría en la fábrica”, recuerda casi entre sollozos Miguel Ángel. “Fue una gran mujer. Trabajó mucho y sacó a seis hijos adelante. Nos cuidó para que nunca nos haya faltado de nada. Murió a los 68 años cuando se le agotó el corazón”.
Casi en voz baja, como para no molestar, me cuenta un anhelo. Un anhelo que comparto. Es necesario que a esas mujeres, que al trabajar sin que se les viese, sin tener la visibilidad que da otras actividades como el carnaval, se las reconozca en el Día de la Mujer Trabajadora. No es de recibo que no cuenten ella y otras muchas “como Martínez madre”, de ese reconocimiento a toda una vida de trabajo sordo, mudo y silencioso, pero fundamental para dibujar el Barbate que hoy conocemos. “Ella trabajó como una bendita”, comenta mientras trata de evitar que se le salten de nuevo las lágrimas.
Ese sacrificio “ha sido fundamental para que podamos darles a nuestros hijos muchas más oportunidades de futuro. Nos ha dado para vivir bien, aunque trabajamos mucho. Del 15 de junio a septiembre no tenemos vida”. Eso sin hablar de la venta de aceitunas en los mercadillos tras el verano.
Niños y felicidad
Además, han cumplido un sueño. “Que todo el mundo pueda comer helado. Por eso tenemos unos precios módicos. Eso permite que se pueda comer helado todo el año. Eso permite que todos los niños y niñas salgan de aquí felices”.
Y es que decir Malagueño, es decir helado. Es calidad. Es uno de los sabores de Barbate. Y es raro, muy raro, el vecino o vecina que no haya disfrutado de ellos. Bien puede reiterarse que que la familia Cabello Parejo ha llenado de sabor el paladar de todo un pueblo y ha ayudado a dibujar sonrisas de vainilla, fresa, chocolate y nata para aliviar el calor del verano. Y hasta aquí esta oda al helado, esta oda al trabajo y esta oda al esfuerzo y sacrificio de una saga familiar que se inició cuando José Cabello Tirado llegó con 17 años a Barbate para trabajar en el carrito de helado de su tío, y para, aún sin saberlo, acabar casándose con Antonia Parejo, la mujer que aprendió a elaborar los mejores helados del mundo sin que nadie le enseñase.