Lejos de sonar a inocentada, el párroco de este pueblo –de apenas 200 habitantes–, Salvador Cifuentes, relató a Efe que el traslado hasta este salón era la opción más factible, aunque aseguró que lo importante no es el lugar donde se imparten las eucaristías sino las personas con las que se comparte “un momento sagrado”.
Cifuentes reconoce que lleva bien el hecho de que santos y utensilios de belleza compartan espacio, ya que la peluquería sólo está operativa unas dos veces por semana, por lo que las citas con la estilista rara vez coinciden con los cultos religiosos.
En sus 10 años como cura del pueblo y 17 dedicado a este oficio dijo que nunca antes había vivido algo similar porque “nunca” se le había hundido la iglesia, aunque una vez tuvo que impartir la misa en una escuela de otro pueblo pequeño.
Aun así, reconoció que siempre se ha adaptado a las circunstancias y a la gente, y que “gracias a la colaboración vecinal” el salón social se ha convertido en lo que es: “hemos colocado unos biombos que separan ambas actividades y las mujeres lo tienen todo muy limpio”, dijo.
Dado que en el pueblo la mayoría de sus habitantes son personas mayores, los funerales son lo único que se salen de las previsiones de Cifuentes, ya que si durante una eucaristía la asistencia de fieles es de una veintena, a un entierro “van muchas más personas”.
El párroco se mostró confiado en que en el tiempo en el que permanezcan en esta iglesia improvisada se produzca el menor número de defunciones posibles: “hay que subir unas escaleras en forma de ese, lo que complicaría el traslado de los féretros; además de que no contamos con mucho espacio”.
“Si hace buen tiempo las misas de los funerales las oficiaríamos en el cementerio”, explicó como medida alternativa mientras vuelven a la parroquia derruida, algo que ve “complicado” ya que aún es necesario un proyecto para el nuevo templo.