Según cálculos del Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo sólo uno de cada diez españoles que trata de dejar el tabaco lo consigue. Y en torno al 80% de quienes superan tan difícil reto, estima el portavoz del citado Comité, Rodrigo Córdoba, lo hacen “a pelo”, por voluntad propia y sin ningún tipo de ayuda.
Así, “a pelo”, volverá a intentarlo Belén Escudero, que desde los 16 años –ahora ha superado los 40– vive enganchada al tabaco. “He tratado de dejarlo cuatro veces. En serio, en serio dos, pero sin éxito. He probado todo, incluido últimamente un cigarro electrónico, un artilugio que, cuando das una calada, echa humo de vapor. Pero tampoco. Ahora quiero afrontar el proceso a pecho descubierto”.
Gracias a la acupuntura pasó seis meses sin coger un cigarro. Eso sí, previo pago de 300 euros, no olvida Belén, quien pronto sucumbió de nuevo a la tentación, aunque ha conseguido pasar de un paquete largo a fumar “entre diez o doce” cigarrillos al día.
“Para dejarlo –dice– sé que me tengo que levantar una mañana con el propósito firme. Tarde o temprano lo voy a conseguir”.
A “pelísimo”, recalca, se ha desenganchado Concha Ramos, fumadora durante 35 años. En todo ese tiempo, jamás intentó dejarlo, hasta que hace un año un infarto agudo le metió el miedo en el cuerpo y, por consejo médico, aparcó definitivamente el vicio. “Para dejarlo, primero hay que querer, y yo jamás he querido. Sabía que era malo, pero...”, confiesa a Efe.
Concha lo dejó convencida, pero también con el consuelo de que podía coger un cigarrillo cuando le diera el mono. “He tenido –relata– alguna tentación, pero no muchas; ninguna, curiosamente, coincidiendo con esos momentos tan relacionados con el cigarrito: el café de la mañana, después de comer...He vencido, pero reconozco que todavía me acuerdo” del tabaco.
El psicólogo Ignacio Fernández duda de la efectividad del dejarlo “a pelo”. “Es un error –asegura– porque el riesgo de recaída es mucho mayor. Dejar de fumar no es un proceso cien por cien mental, sino psicofarmacológico. De ahí la necesidad de ayuda profesional y de tratamientos empíricamente evaluados”.
En España, según la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, los fumadores representan el 27% de la población adulta, un porcentaje todavía importante pero, en cualquier caso, menor a ese 39% de hace una década.
Nadie duda de que en esa mejora sustancial ha tenido mucho que ver el empeño público y privado para convencer a la población sobre la maldad del tabaco, la primera causa evitable de enfermedad y muerte prematura en España –más de 50.000 cada año–, causante del 95% de los casos de cáncer de pulmón y del 30% de todas las cardiopatías coronarias, según no se cansa de repetir el Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo.
Al descenso en el número de fumadores han contribuido también leyes como la que entró en vigor el 1 de enero de 2006, que prohibió fumar, entre otros lugares públicos, en los centros de trabajo. Prohibición que el Gobierno quiere endurecer en breve, haciéndola extensible a todos los locales de ocio.
Drástica y sin ayuda, como en los dos casos anteriores, o de manera progresiva y con el apoyo de profesionales de la medicina o la psicología.
No existen otras alternativas, a juicio del Comité Nacional, ni fórmulas mágicas para dejar de fumar, un proceso personal no exento de dificultades que “todos, absolutamente todos”, pueden superar con éxito.
Aunque haya, eso sí, que rascarse el bolsillo, pues la sanidad pública casi nunca financia los tratamientos.
“Es contradictorio que nos animen a dejar de fumar, que se prohíba incluso en muchos lugares, medida con la que estoy completamente de acuerdo, y luego la Sanidad pública no financie los medicamentos y otros productos (parches y chicles con nicotina) que ayudan a que el resultado final sea exitoso”, argumenta, en declaraciones a Efe, el farmacéutico Jorge Fernández Lomana.
Una contradicción a sumar a la aún menos explicable de que sea ese mismo “Estado el que, por motivos exclusivamente recaudatorios, nos venda tabaco”, insiste.
Fernández Lomana habla de la “utilidad” comprobada de medicamentos y productos sustitutorios de la nicotina, de su eficacia, pero advierte de que “no pueden actuar por sí solos si la voluntad de quien quiere dejar de fumar no es firme”.
El doctor Miguel Angel Sánchez Chillón insiste en esa “esquizofrenia del sistema”, aunque considera que los tratamientos farmacológicos para aparcar el tabaco “no son excesivamente caros”, una media de 150 euros al mes. “Fumar cuesta mucho más”, hace hincapié.
Para explicar la ausencia de cobertura pública, Ildefonso Hernández, director general de Salud Pública y Sanidad Exterior en el Ministerio de Sanidad, argumenta que, “entre otras cosas, no hay evidencias científicas de que su efectividad sea razonable”.
“Otra cosa –añade– es que en el futuro, para pacientes con especial riesgo, se pudiera incluir. Es una decisión que se tomará en su día de acuerdo a estudios de efectividad. Pero el sistema –alerta– tiene sus límites”
Ildefonso Hernández asegura que “más” del 90% de los que ganan la batalla a la nicotina lo hacen “sin ayuda farmacológica”, y aclara que quien asume el reto “encuentra ayuda en la sanidad pública”.
Una ayuda que se concentra principalmente en la atención primaria. Todos los equipos en este nivel de asistencia “tienen unas estrategias de consejo que están muy regladas y que se han demostrado bastante eficaces”, destaca.
Cataluña, con un 29,4% de fumadores, tiene una extensa red pública para ayudar a dejar de fumar, de la que forman parte el cien por cien de los centros de atención primaria –en 2008 consiguieron que 47.261 fumadores se desengancharan–-, muchos hospitales, unidades especializadas y una línea de atención telefónica especializada.