Pese a los enormes avances deparados por los efectos especiales digitales desde que
Steven Spielberg supo descubrirnos sus auténticas posibilidades en
Parque Jurásico (1993), Hollywood tardó en ponerlas en práctica a la hora de sacar a pasear a uno de los animales más terroríficos que hemos visto en la pantalla, y gracias, igualmente, al propio Spielberg: el tiburón.
Deep blue sea (1999) fue un más que interesante experimento si no la ves más de dos veces, porque saltan a la vista las costuras, pero en las siguientes dos décadas si pocas han sido las aproximaciones al subgénero, menos aún las que merecen ser tenidas en cuenta; entre ellas,
Open water, A 47 metros y, muy especialmente,
Infierno azul. Posteriormente, solo
Megalodón -y solo en apariencia- ha parecido aspirar al impacto popular logrado por el clásico
Tiburón (1975), aunque con un resultado artístico más que discreto, casi una serie B con fondo de cartera.
Precisamente ahora, a un mes de que se estrene la secuela de la citada Megalodón, llega a los cines para aprovechar el tirón
Tiburón negro, protagonizada por otro escualo sobrenatural que tiene atemorizados a los inquilinos de una plataforma petrolífera semiabandonada y contaminante en aguas del golfo de México. Es auténtica serie B, pero de las que ni siquiera merecen reivindicar la categoría de mala que es, hasta el punto de desmerecer la etiqueta para ser considerada como cine de saldo, el que se estrena en los meses de verano porque no encuentra mejor hueco en la cartelera a lo largo del resto del año.
Dudo que sea la intención, sobre todo por el respaldo promocional de la cinta, pero lo cierto es que no hay por dónde cogerla a causa de un guion infumable que mezcla superstición y santería con capitalismo y medio ambiente, al tiempo que un tiburón de enormes dimensiones se asoma de vez en cuando a la pantalla para recordarnos que es el gran reclamo de la historia.
Dirigida por un desanimado
Adrian Grunberg, en cuyo currículum figuran dos cintas tan violentas como entretenidas (
Vacaciones en el infierno y Rambo: Last Blood) e interpretada por
Josh Lucas -una estrella venida a menos- y
Fernanda Urrejola -tal vez lo poco salvable del filme-,
Tiburón negro no solo se encuentra entre las peores películas de tiburones de la historia, sino que se permite el lujo de rememorar a la cinta de Spielberg copiando el diálogo de la saliva para las gafas de bucear. Todo muy lamentable.