A la hora de hablar de
Megalodón 2. La fosa hay que retrotraerse un poco a lo ya comentado sobre la malísima
Tiburón negro y las escasas incursiones del
Hollywood contemporáneo en las películas de tiburones pese al enorme avance en la recreación digital y el siempre presente recuerdo del impacto del clásico
Tiburón, de la que se cumplen ahora 48 años de su estreno.
En todo este tiempo solo
Deep blue sea, Open water e
Infierno azul, merecen ser citadas junto a la obra maestra de
Spielberg, si bien, el estreno de
Megalodón, por su dimensión comercial, ha aspirado a gozar de similar estatus, aunque sus resultados quedaran muy lejos de su gran referente cinematográfico.
Prueba del impacto comercial es el estreno de su secuela, que dobla la apuesta, no solo como espectáculo de entretenimiento -es lo único a lo que aspira, y aquí se queda a medias-, sino por abarcar aún más en torno a la influencia de Spielberg, del que también toman prestado su universo jurásico -puede que la secuencia, ambientada en el cretácico, sea lo mejor de la película, y no deja de ser mero ornamento-.
En suma, esta segunda parte toma prestado de diversos universos cinematográficos; no solo de los de Spielberg, también de los de 007: a
Jason Statham lo presentan como el
James Bond ecologista y tras la investigación oceanográfica hay una corporación malvada que podría dirigir el Dr.No. El resultado es una función de acción, aunque con pinta de pastiche.
Dirigida en esta ocasión por el mediocre
Ben Wheatley -hay secuencias submarinas en las que es imposible saber lo que está pasando-, la cinta cuenta de nuevo como gran protagonista con Jason Statham -coproductor del filme-, al que acompañan
Sienna Guillory, Cliff Curtis y el español Sergio Peris-Mencheta, que se ha hecho en Hollywood un hueco como antagonista tras su experiencia con
Rambo.
El problema, en cualquier caso, cae del lado de un guion sin inventiva -tan pobre como la de la puesta en escena- en el que los temidos seres prehistóricos quedan demasiado tiempo en segundo plano y, cuando se adueñan de la pantalla, tienen la habilidad de solo comerse a los malos. El resto son frases hechas, situaciones mil veces vistas y reiteraciones argumentales en las que hasta la supuesta defensa medioambiental de los océanos apenas supera el postureo. Definitivamente, el listón de Spielberg sigue demasiado alto.