El productor, guionista y realizador mexicano Guillermo del Toro, cosecha del 64, tiene una sólida reputación a sus espaldas como creador de atmósferas, como ilustrador de terror y fantasías firmadas por él mismo o por terceros. En esta su última propuesta no decepciona en el aspecto formal. No solo, pero fundamentalmente. Otra cosa es el guión, plagado de oquedades.
‘La cumbre escarlata’ es un fascinante ejercicio de estilo, en el que la puesta en escena lo fagocita todo. Una puesta en escena barroca, refinada, suntuosa y deslumbrante. Una puesta en escena atenta a cualquier detalle en el que cada objeto, sea mobiliario, prenda de vestir, color -para no hablar de edificios, interiores y exteriores, tan recargados y excesivos- posee un significado y un lenguaje únicos e intransferibles.
Todo ello está al servicio de un gótico intensamente personal. Brillante y espectacular. Tan refinado como apabullante. Tan estilizado como habitado por la desmesura. Una superproducción exquisita, con unos efectos especiales admirables, que no ha escatimado los recursos de un cuantioso presupuesto.
119 minutos de metraje. Su guión lo firman el propio realizador junto a Matthew Robbins y Lucinda Coxon. Su bellísima fotografía, Dan Laustsen y su hermosa banda sonora, Fernando Velázquez. Su historia sigue a una escritora estadounidense de principios del siglo pasado, de la alta sociedad y nada convencional.
Huérfana de madre, muy unida a su progenitor, ve con reticencia el amor que le profesa un médico de su misma clase, mientras avanza en el texto de su novela. Pero un seductor noble inglés, que busca inversores para una maquinaria de su invención, conseguirá enamorarla y se trasladará con él a una casa. Una casa con vida, sangre y existencia propias , en la que su cuñada es la dueña y señora, en su aspecto más inquietante.
Las influencias de Hitchcock son visibles. ‘Rebeca’ y ‘Encadenados’, por ejemplo. Pero también, como se ha señalado acertadamente, hay homenajes a la productora inglesa Hammer y a Mario Bava. Su tratamiento de los fantasmas es peculiar. Sigue, salvo en dos excepciones, encarnándolos como monstruos que, pese a todo, no dan miedo. No son hostiles y su existencia no es cuestionada. Personajes importantes del relato, han formado parte de la vida de los y las protagonistas desde siempre.
En su escritura reside su mayor debilidad. La trama está llena de sugerencias osadas y explícitas, sin los necesarios preámbulos, como hechos consumados. Como los personajes, rehenes de sí mismos, salvo en el caso del de la excelsa Jessica Chastain, que se adueña fácilmente de la función, sin que los correctos Tom Hiddelston y Mia Wasikowska puedan hacer nada por remediarlo.
Como los dos tríos amorosos -pues de amor, de amor oscuro, más que de terror, se trata aquí- deslucidos por tener a uno de sus vértices desdibujado. Tampoco es creíble la rápida fascinación de una mujer independiente por un hombre tan turbio y que pase a ser, casi sin transición, poco más que una lánguida doncella en la inigualable, terrible y magnífica mansión conyugal, que merece capítulo aparte, y es la gran estrella de la historia.
O ese final, que se prometía circular y sugerente, y resulta ser decepcionantemente gore. O el que no se desarrolle ese tierno, pero tan aterrador de apariencia, espectro materno… Y algunos otros, que hubieran sido estupendos-as secundarios-as, por derecho propio.
Bella, desaforada, irregular, magnética e imperfecta. Con todos sus defectos y por todas sus virtudes, no deberían dejarla escapar.
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