Cuando el verano despega, se multiplican los festivales de música por toda España. Los hay de todos los estilos y para cualquier público, y se celebran en cualquier municipio y con los mejores entornos posibles. Gestionadas con cautela, suelen ser programaciones acertadas; poquito y bueno, “y el que quiera más, que vuelva mañana”, como decía Juan Belmonte.
En este contexto tuve la oportunidad de conocer al grupo del que hoy les hablo: Carmen y Quique, otrora; hoy, Candilena. Cierto es que, antes del concierto, no sabía nada de esta pareja y, tras este, no me vincula a ellos nada más que el aprecio de su música. A nadie nos dejó insatisfechos…
Con un repertorio escogido y de gran gusto, se ofrecieron aquella noche, en pleno corazón de Sevilla, aquellos dos músicos cuyo escaparate escapaba de toda moda: frente al espectáculo de luces, polvareda y micrófonos desajustados al que estamos acostumbrándonos…, aquellos dos artistas mostraron condiciones sobresalientes en el corazón de un público sediento de pureza y elegancia.
Ambos son un dechado de virtudes, cada uno desde su personalidad y su papel. Su magia es el resultado de horas de compañía, de entendimiento, de caminar juntos marcando los acordes exactos de sus versiones, y ni ella sin él, ni él sin ella, nos regalarían la sonrisa que emana en el viaje de sus conciertos.
Una suerte fue, pueden darse cuenta, su descubrimiento. Ahora, probado el manjar de su música, conocido el aroma, florecida la primavera que suscita su llegada, el deseo es el de volver a verlos; el motivo es uno y claro: con ellos no mueren las partituras que son pilares de la música en lengua española.
Música de verdad encarnada en una voz con un timbre angelical y en una guitarra que alfombra con maestría cada verso; primor en la educación con la que contagian al público de su límpida propuesta: la música, sin tatuajes que asusten ni micrófonos que engañen; belleza en la selección de piezas, un recorrido por la cultura para acercarnos a nosotros mismos, desde Méjico a Huelva, desde Argentina a Cabo de Gata, desde Perú a Sevilla.
Con ellos, aún queda esperanza para los escépticos, y un buen barco al que subirnos cuando tengamos la necesidad de huir de la vulgaridad imperante en la actualidad. Creamos aún en la música y abracemos el gusto, destreza y simpatía de Candilena en cada canción que interpretan.