Eran las doce de la mañana del 15 de octubre de 1891. Para la ciudadanía, un día más en el calendario. Para la música, uno de esos días en los que la "gloria" desciende para fundirse con el cuerpo de una persona. Para el sonido, una de las más sublimes formas de expresión. Para el cante, una de sus llaves de oro que abre la puerta del duende. Para el flamenco, maestría, belleza, sentimiento y transformación. Con el nacimiento de Manuel Vallejo Martínez de Pinillos, el espectador iba a conocer el éxtasis que el cante es capaz de desentrañar, hoy día Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Agosto se erigió en protagonista de los últimos días de este número uno del flamenco, y fue el siete de ese mes de 1960 cuando dejó de existir, en el silencio de un "ictus" irresponsable e ignorante de la existencia eterna y espiritual de la voz y el duende de este sevillano universal. El actual Parlamento Andaluz, entonces Hospital Central, fue su última morada.
En España, y sobre todo en Andalucía, el sol brilla de manera especial y da luz a acontecimientos felices y extraordinarios, pero tanto en el país como en la región, también muestra con inusitada frecuencia el número de agujeros negros que contiene. El español —y andaluz— tiene desde hace tiempo más agujeros negros que luces, y las perforaciones las han realizado con total paridad la ignorancia y las armas. La envidia, el resentimiento y el odio son sus hijos legítimos.
1931 no fue un buen año para el sentimiento religioso y sus expresiones intrínsecas o populares, ni los años siguientes. Mucho se ha hablado —y es mejor, y sobre todo más inteligente— de dejar aparte la controversia sobre la ilegitimidad del 14 de abril, aunque es cierto que los datos electorales en general no jugaron el más mínimo papel y que los monárquicos estaban decididos a entregar el poder antes de que se iniciara la agitación. Los muros de iglesias y conventos que consiguieron conservar su verticalidad fueron testigos, con sus deterioros, de la magnitud que la violencia llegó a alcanzar. La aconfesionalidad del Estado que recogía la Constitución dio paso a boicotear la festividad de los Reyes Magos.
Consecuencia de tan amplios y trágicos disturbios fue que los cofrades se negaran a sacar "sus pasos" a la calle en 1932, aunque el gobernador de Sevilla se esforzaba en aseverar que había total tranquilidad. Vallejo, ante la Iglesia de San Lorenzo, le dio vida a la saeta: Descubrirse hermanos míos / vamos a hincarnos de rodilla / que ahí dentro está el Gran Poder / honra y gloria de Sevilla / y no nos lo dejan ver. Sin embargo, esta aseveración oficial no era compatible con la realidad. La Virgen de la Estrella hizo caso omiso a las persecuciones e inició su desfile. No lucía joyas. El gentío era enorme. Pero al pasar por el Puente de Triana ya hubo el primer conato de violencia. Las fuerzas de seguridad, pistola en mano, pudieron restablecer la calma. En la calle Sierpes hubo de nuevo carreras, pánico y detenciones. Una gruesa piedra que iba hacia la imagen del Cristo rebotó en la cabeza de un soldado. La Virgen de la Estrella fue atacada, apedreada e incluso tiroteada. Al autor de los disparos y cohetes —en la recogida— que agujerearon su manto, estuvieron a punto de lincharlo. Al pasar por el Círculo Republicano, la Niña de la Alfalfa, excelente saetera, cantó: "Se ha dicho en el banco azul / que España ya no es cristiana / aunque sea republicana / aquí quien manda eres tú."
Nunca se comprenderá totalmente esta inquina española, que confunde una lucha por el establecimiento de una nueva forma de poder con la necesidad de comenzar por el incendio, destrucción y pérdida de vidas en iglesias y conventos. Nadie está exento dentro del país de responsabilidades ante las revoluciones o cambios de Gobierno, que de todas formas (criticables como ya se ha comentado) tuvieron su inicio en las urnas. Los religiosos católicos también estaban incluidos, pero de ahí a considerarlos terribles enemigos a los que hay que exterminar, son argumentos que deshonran la nobleza y acrecientan un fondo más propio de hienas que de personas. Y todo esto, cinco años antes de la contienda civil.
Se lapida con la intención de castigo. Se ataca con el propósito de destruir. Se dispara con la finalidad de exterminio. Pero todo ello se hace sobre seres vivos. Esta es la otra cara, la resiliencia de lo relatado. Aquellos atacantes de imágenes las veían con una fuerza vital, imposible de convencer con sus argumentos ideológicos. Su actuación inquisitorial era su única forma de salir de aquel trance insuperable. Puestos con la mano en el pecho, habría que preguntarse: ¿por qué somos así? Los hombres y mujeres, podemos ser de condiciones muy diferentes, independientes del lugar que ocupen en la sociedad, y la maldad nos ronda cuando la bondad parece haber desaparecido. Pero Dios, su Madre, su Hijo sobre el madero, ¿tienen alguna enseñanza que vaya contra el mejor sobrellevarnos y la más feliz solidaridad entre todos? No vale decir con presumimiento: somos ateos, Dios y la religión son un mito, un cuento, y terminar con la famosa frase de que es el opio del pueblo, cuando la realidad es que para los creyentes, Dios está al principio de todas las cosas, y para el inteligente y dubitativo, al final de sus reflexiones.
El día 15 de agosto es fiesta. Es la Asunción de la Virgen María. Sin darnos cuenta, el siglo XXI ha recorrido un cuarto de su longitud. España, se dice, es diferente. La diferencia actual está en los avances técnicos, en la construcción, en las comunicaciones o en materia sanitaria, etc., pero la controversia entre sus ciudadanos no solo sigue, sino que está alcanzando el colmo en el vaso de la crispación. La Virgen María parece —no se puede afirmar nada en este país— que puede salir sin llegar a sufrir deterioro físico, pero la indiferencia o desprecio al dogma que el día celebra: 'subió al cielo en cuerpo y alma', las blasfemias —que ya no están castigadas— que suelen pronunciarse, o la rescisión que de ella se hace en hogares, lugares de trabajo, barras de bar o aulas en todos los niveles de la enseñanza, son omisiones más dolorosas que el estallido de la pólvora o el golpe de un trozo de granito sobre una masa corporal. La Carta Magna no quiere ningún renglón con aroma de cristianismo, pero quienes la redactan no le hacen ascos a la pértiga si con ella creen que pueden conseguir votos. Pero no se conseguirá que la Virgen María deje de ser mediadora de nuestra conducta con Dios. Vallejo quizás se sonrojaría al ver cómo ha evolucionado el flamenco. Como para disimular la falta de voz y duende, tiene que cobijarse en el piano, el violín, la batería, el tamboril o la flauta, cuando los creadores de las 'seguiriyas del cambio', Fillo o Silverio, solo precisaban un leve rasgueo de guitarra. Y quizás las lágrimas resbalarían por sus mejillas al recordar su saeta de aquel tiempo convulso con la que confirmó la ignominia a la que a veces los pueblos, guiados canallescamente y enfurecidos por una ignorancia ciega que se deja dirigir, cantó así: "Moisés y su hermano Aarón fueron / a pedirle al tribunal / clemencia para Jesús / pero el pueblo sin piedad / pide que muera en la cruz." Muerte y vida son el juego que utilizan los tiranos: vida para los de su cuerda, cuerda al cuello para los que son sus detractores (en sentido figurado). Asunción de María, qué día para reflexionar sobre el futuro de un pueblo, con la voz de Vallejo de fondo.