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Desde la Bahía

Naranja agria

Las democracias alardean de que con su presencia se extinguen los privilegios. En ellas, el voto pasa a ser el arma venerada.

La nieve se abraza fuertemente a la superficie de la montaña, queriendo evitar el deslizamiento hacia el valle, donde su blanca inocencia acaba por enturbiarse. Las golondrinas ya no juegan con los cristales de los balcones de enamorados.  La estación estival andaluza tiene color amarillo de hiel y la española forma de sombra de ogro eternamente resentido.  La atmosfera está saturada de ondas electromagnéticas que se ruborizan en ocasiones de los sonidos que tienen que conducir. La alegría ha quedado presa en el cinismo y de nuevo el quejío flamenco de los cantes de fiesta vuelve a ser el triste lamento de los celos, la traición, la envidia y el odio. El sentido común muere en los brazos de la sinrazón y la inteligencia se exilia, ante el temor de la mayoría mediocre. El decreto/ley rompe la igualdad de derechos. La demagogia tiene su púlpito en las tribunas de los parlamentos y en calles, hogares y plazas desfila el temor bajo la música totalitaria del poder y la pandemia.

Las democracias alardean de que con su presencia se extinguen los privilegios. En ellas, el voto pasa a ser el arma venerada. Conseguir mediante él un empleo de importancia, arrincona a cualquier currículum. El individuo opositor a los cargos, sin ser avestruz tiene que procurar que su cabeza no sobresalga. No es tiempo de brillantez o altas miras individuales. Se impone actuar como los alfileres de los sastres, importantes por su capacidad de pinchar, sin fijarse si están dotados o no de cabeza.

En España ha fallado el tiempo en su carácter de “bálsamo” o al menos ochenta y dos años no son suficiente dosis  para que la contienda civil terminada en el treinta y nueve del pasado siglo, deje de verse políticamente como un manantial de venganza, cuya agua hace que no deje de germinar una flora de resentimientos y odios, donde la belleza y colorido del alma en flor de la inocencia, no tiene cabida. Los ateos para quitarle valía a los Evangelios argumentan que fueron escritos sesenta u ochenta años después de la muerte de Jesús y el paso del tiempo desvirtúa la realidad.  Pero el pensar actual es distinto. Su golpe es “el decretazo” y su denominación Memoria histórica o democrática, que debía ser un tren que nos llevara a una pacífica y fraterna meta, pero anda sobre un sólo rail y de esta manera no se avanza, sino que se sigue favoreciendo el accidente.

Esto ha llevado a una parte de la sociedad a creer - sin someterla a análisis y síntesis - que la contienda tuvo una culpa unitaria, cuando ambos bandos pudieron, en principio evitarla y al no conseguirse nadie dejó de manchar el traje de su conciencia. Pero hay una encarnizada persecución a los símbolos y signos que evoquen recuerdos de los que consiguieron imponerse y se olvidan los numerosos distintivos, pedestales escultóricos e incluso títulos universitarios, de aquellos otros en los que el ser vencidos, no les exime de culpabilidad.

Nos entretenemos al parecer en estos menesteres, que en nuestra provincia en la actualidad tiene su mejor representación, en la sustitución del nombre del estadio gaditano, en el derribo de la imagen de un escritor, desdeñando su enorme valía y su contribución al engrandecimiento cultural de la capital y en nuestra “salada ínsula” reformando una Plaza del Rey que ya uno duda si se hace por mejorar verdaderamente su estructura o si es solamente el velo que cubre el empecinamiento por destruir el monumento que allí emerge.

Mientras tanto sigue en nuestro país un gobierno de coalición que agrede la sensibilidad de la ciudadanía. Pero estamos en los grupos de cabeza en lo referido a aborto o eutanasia. No hemos sabido contar los fallecidos que ha ocasionado el coronavirus y fuimos ineptos en el momento de expansión de la pandemia. Para saber cómo va nuestra economía sólo hace falta escuchar el grito angustiado de nuestros empresarios y el reparto de las ayudas europeas necesita de una clara programación. El salario mínimo vital espera una regulación que evite vividores y la población reclusa sueña con que los indultos - dádiva constitucional - se alarguen más allá de los “políticos transgresores” que intentan la fragmentación de nuestro territorio, aunque saben que ellos ni dan cuotas para que siga el poder en las mismas manos, ni engrosan las estadísticas del voto.  Pero vamos a quitarnos la “mascarilla” y esto en un país acostumbrado a tanta “máscara” nos recuerda esa naranja a la que le quitamos su envoltura pensando en el placer de su fruto y lo que nos ofrece es un jugo agrio.       

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