Con las últimas lluvias y el frío que nos abate furioso, Marta ha pensado que quizás éste sea el año que se haga rica vendiendo madera. No deja de frotarse las manos, pero no es avaricia, ni usura, sino las bajas temperaturas, que pelan el alma, en la parcela frente al Tío Prieto, que le sirve de improvisada tienda.
El hombre con síndrome de Down que siempre espera al autobús de Afanas en la rotonda del Supersol, hace días que no aparece. Espero que no esté enfermo de tristeza, ni se haya dado cuenta de que el mundo es una jungla, donde el que no pisa fuerte es aplastado y donde los seres humanos somos lobos, que nos comemos a los corderos.
En la explanada de la Puntilla, reto al mar y limpio cielo, una joven se ha propuesto vencer a su virginidad, dejándola caer en el olvido, de unos brazos que la abrazan y unos besos que la consumen, en el interior de un coche de segunda o tercera mano, aparcado a contrasentido y con los cristales empañados de puro calor natural.
Las senegalesas de la carretera que eslora por Valdelagrana, venden amor a euros el kilo, con botas de tacón enfilado y mallas prietas, carnes que nacieron presas y morirán presas.
Y las calles y las tiendas presumen de una Navidad que aún no ha llegado, embrillantando con falsas luces una fiesta que nació falsa y vendida al mejor postor, a base de campañas publicitarias y caridades a golpe de corazón pequeño, que no se encoge de amor fraterno el resto del año.
Mi querida Maruja, nacida al amparo de depresiones e infundios, ya no se queja de nada,porque no tiene voz y hace mucho tiempo que le perdí la cuenta de cuantas navidades había aguantado ahorrando y comprando para estas fechas, congelando y cocinando por anticipado, preparándolo todo para que después sus hijos no aparecieran y sus hermanos y cuñados llegaran presumiendo o criticándola en su misma cara, porque con su paga de viuda el pavo no fuera lo suficientemente grande para todos y los langostinos estuvieran pasados de sal.
Hace mucho que Maruja pasó de todos y se fue a vivir donde los personajes de novelas ,envolviéndose en sábanas de seda, vegetando frente al televisor, contenta con ella misma, a la espera de que su creador la llame de nuevo a su lado.
Ahora ya no repasa su vida desde un balcón mirando la Caleta, ni sueña con montarse en un barco y perderse por donde Cristo dio la última voz.
Y es que ya, las navidades no son lo que eran, porque quedamos menos y los que faltan se extrañan demasiado, porque nos venden la propaganda con dos meses de anticipación y los villancicos vienen enlatados en el hilo musical del supermercado.
Los niños, por estas fechas se ponen insoportables pidiendo por pedir y atiborrándose de bollitos y chucherías, que venden por doquier, preludio de unos días que son de batallar con las buenas mesas, para después al mes, pelearte con los kilos y quererlos estrangular en tres días.
Vamos tan rápidos, tan acelerados, que adelantaremos, cualquier día, a la misma muerte y la dejaremos atrás, entre espasmos de sorpresa y vítores de felicidad, porque ni la misma Canina quiere nada con unos seres que nacemos solos, para vivir aún más solos que la propia soledad.
Pero mientras llegue ese día, Marta se frotará las manos, para conjurar el frío, conforme con seguir cada invierno –al pie del cañón– para dar de comer a sus hijos, el hombre con síndrome de Down vencerá a los que le ponen trabas, yendo cada día a trabajar en el autobús de Afanas, las senegalesas venderán perpetuamente su cuerpo por unos pocos euros, la Maruja perderá por puntos con el olvido, y la niña que olvidó su virginidad, en un coche de segunda o tercera mano, retará a la vida, gastándose los tacones de las entretelas, masticando bilis y secándose lágrimas no nacidas, aguantando con pie firme el embate de las olas, que no rompen en la orilla.