Es la primera vez que en nuestro territorio se realiza una ceremonia de beatificación, además es el primer cubano que habiendo transcurrido toda su existencia terrenal dentro de nuestro país, se le reconoce virtudes propias de los beatos y puede acceder a los altares. El padre Olallo como lo llamaban en el Camagüey quienes fueron sus coetáneos por considerarlo el padre de los pobres, los esclavos y de toda la población, a pesar de no ser sacerdote pues era un hermano de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios que dedicó su vida al servicio de los desposeídos, emerge ante todos nosotros como un símbolo del significado de las palabras reencuentro, reconciliación, perdón y amor por el prójimo, con las que adquirió un compromiso sagrado cumplido con sencillez y silencio.
Olallo de Cuba, como bien pudiera denominarse hoy, nunca hizo distinción de raza, religión ni posición social en medio de un sistema esclavista que tenía una vertical estructura de clases. Atendió y curó durante la guerra de 1868, a los heridos de ambos bandos, recogió a los muertos para que sus cuerpos no fuera profanados entre los que estuvieron los restos mortales del patriota cubano Ignacio Agramonte, a quien los soldados del Ejército Colonial tiraron en medio de una plaza de Camagüey. Él los desafió solo y recogió aquel cadáver ensangrentado de quien fuera uno de los hombres más importantes de la causa de la independencia de Cuba, lo lavó y dispuso su velorio y entierro con todo el respeto debido, en abierto desafío a la represión colonial. No podían calificarlo de parcializado porque lo hacía con todos por igual, eran sus hermanos y no distinguía bandos, no albergaba rencores, amaba a sus prójimos sin clasificarlos en amigos ni enemigos. Estuvo siempre convencido de las palabras de Jesús de Nazaret y las puso en práctica hasta sus últimas consecuencias. En los momentos más dramáticos y difíciles de aquella guerra, se interpuso e hizo valer su autoridad moral ganada con su sencillez, humildad y entrega verdadera, para evitar una masacre en Camaguey.
Su figura revive en los primeros planos de nuestra sociedad contemporánea y preconiza el reencuentro necesario entre todos los cubanos que deje atrás a los rencores y odios que tanto nos han desgarrado. En la ceremonia participaron las diócesis cubanas junto con la Archidiócesis de Miami, como símbolo de que la Iglesia no hace distinciones entre los de adentro y los de afuera, tal como Olallo lo hubiera concebido hoy. Al finalizar la liturgia junto a la urna con sus restos mortales todas las diócesis incluyendo la Archidiócesis de Miami, llevaron consigo un Relicario del nuevo Beato como símbolo de que todos somos cubanos y de que Olallo de Cuba nos une a todos con su santidad y ejemplo de vida.