Lógicamente, hay mucho más. En todo partido de fútbol hay mil matices. Porque el Betis estaba descentrado, porque se sabía de Primera y no terminaba de celebrarlo y olvidarse ya del asunto. Y eso se nota en el juego. Falta intensidad en el mismo, y sobra ansiedad por el resultado
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En la primera mitad nadie hizo mucho, pero si alguien se tomó la mínima molestia por jugar al fútbol fue el Real Betis. No tiró ni una sola vez el Nástic a puerta, y sin embargo se iba a la caseta ganando.
La culpa la tuvo la mala suerte, y el mal tino, de Roversio. En lo que va de despejar mal en una jugada forzada, para meterle a Casto el gol, y no acertar a diez cuartas de la línea de gol en la portería contraria, en una balón que se quedó muerto en su pierna izquierda y que era realmente complicado no meterlo. Pero así es el fútbol.
Al margen del acierto en esas dos jugadas clave, es cierto que el Betis tenía menos chispa que otros días. No menos cierto es que el árbitro ya mostraba su tendencia estando especialmente puntilloso con la causa verdiblanca. Y también se echaban en falta algunas cosas: la intendencia de Iriney a la hora de la resta, y la clarividencia de Salva Sevilla o Beñat en el último pase. Tampoco encontraba Jonathan Pereira el cariño con el balón y las jugadas, muchas, que el Betis decidía jugarse por su banda, acababan en nada.
El peligro de Tuni
El escaso escaso peligro del Nástic llegaba por la banda de Isidoro, más por la hiperactividad y cierta calidad de Tuni, que por demérito del lateral de Pedrera, que nuevamente estuvo digno. Alex Martínez, el chaval que ya debutó en casa ante el Tenerife, está teniendo la virtud de no meterse ni en un solo lío y sacar los partidos con un oficio quizá inesperado, por todos menos por Mel, que lo pone sin reparos ni mirar el DNI.
Tras el descanso, los dos entrenadores mejoraron a sus equipos. Mel, por su parte, tiró de Emaná, que como todos sabemos, por su sano afán de protagonismo, podía perfectamente cambiarle la cara al equipo, y así lo hizo, ayudado, en menor medida, por otro gran agitador, el extremo Ezequiel.
Con ellos en el campo, volvieron las arrancadas, la chispa, y hasta un gol a lo Barcelona, otro, con asistencia de tacón (Salva Sevilla) y definición de delantero caro de Rubén Castro.
El Nástic estaba roto. Plomo en las piernas y todavía más en la cabeza, porque se iba a Sergunda B. Pero su técnico lo mejoró y cuando llegaron las decisiones arbitrales raritas, dos expulsiones y un penalti con muchos matices, es verdad que el conjunto catalán ya estaba jugando mucho más al fútbol, con Morán de capitán general aceptando el intercambio de golpes con el Betis.
El equipo de Mel, con nueve, no pudo ni aguantar el empate, porque todo se empinaba una barbaridad. No pasa nada, porque el mal sabor de boca se quitó del todo a toda velocidad en un AVE con destino a Sevilla.