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España

"El periodismo es literatura"

César Rufino, periodista, autor de '54 tés en la casa de Jaiduma'

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  • César Rufino -
"El cielo suele estar a la distancia que uno quiere… la pena es lo lejos que estamos del cielo”. César Rufino (Sevilla, 1965) es uno de los grandes del periodismo en una ciudad como Sevilla, tan cerca y tan distante a la vez de una realidad que a veces mira con desdén y otras ignora altiva e hipócrita.

Desde que tiene uso de razón le gustó escribir y leer, sus dos grandes pasiones. Y ya a los 15 tuvo claro que lo suyo era eso, escribir para contar la verdad. Comenzó en aquella Radio Meridional que se escuchaba en El Porvenir del 86, pasó por el Gabinete de Prensa de la Consejería de Cultura, entró en El Correo en 1993, ejerció de profesor, y en 2003 ganó el Francisco Umbral con su novela Títeres sin cabeza y desde 2005, ya instalado nuevamente en El Correo ha ido consagrando un estilo reivindicativo e íntimo, de los que atrapa al lector y lo vincula en el tiempo, y que consiste en mezclar un puntito de humor, otro de rareza y otro de subversión, como hacen por ejemplo Hermann Hesse en Lobo estepario, o Luis Landero en Juegos de la edad tardía.     

Hemingway solía decir que el periodismo es una buena escuela para la literatura siempre que se deje a tiempo, pero César niega la mayor. “El periodismo tiene un problema muy serio con respecto a la literatura, que no reconoce que forma parte de ella. Le da pudor decir que es un género literario. Y luego tiene un problema muy serio con la verdad: quiere la objetividad, y ese es un lastre porque la objetividad no es más que una excusa para no contar la verdad”.

Periodista de calle

Como periodista es uno de los clásicos, de los que aún sienten la necesidad de palpar, de oler y saborear esa realidad que luego hay que trasladar al lector sin más receta de por medio que la de salir a la calle con los cinco sentidos. Algo tan obvio como poco frecuente en una profesión que se nutre sencillamente de contar los hechos que pasan sin más edulcorante que una buena gramática.

“A mí me divierte trabajar en la calle. Hay periodistas de oficina, de secanoque no se entienden con la calle, que la consideran un medio hostil. Se duerme muy tranquilo dando la versión oficial de las cosas porque nadie te va a llamar por la noche para anunciarte una querella. Pero la calle te aporta otra cosa”, explica.

El pasado 15-M César Rufino fue el único periodista y El Correo el único periódico que incitó a salir a la calle. Pero aquella expectativa de movilización ciudadana, cuatro meses después, le ha defraudado. “Habría que hacer una gran criba ahí antes de llamar a eso una revolución que no lo es. Una revolución es lo de Egipto donde un paso adelante era que te mataran de un tiro del ejército y un paso atrás era morir de hambre, y aún así se quedaron en la plaza, eso sí es una revolución. Pero no es lo mismo ser pobre que tener mono de dinero”.

Su perspectiva de la vida cambió el día en que decidió conocer el campo de refugiados de El Aaiún, la ciudad más importante del Sahara Occidental, donde malviven unos 200.000 habitantes supervivientes de un genocidio que el mundo digiere mirando de reojo. Quiso conocer la ciudad donde habita Hasina, su “hija” de acogida desde hace seis, y descubrió de golpe la miseria que nos envuelve a un lado y otro del Estrecho. El diario de su viaje, 54 tés en la casa de Jaiduma, constituye un auténtico jarro de agua fría en las conciencias de quienes se adentran en su interior, un espacio de horas espesas y silencios infinitos.

Del Sahara ha vuelto más crítico, rebelde y subversivo. Decepcionado con la humanidad en su conjunto, pero cargado de vitalidad para emprender nuevos proyectos como un par de guías que está preparando y una novela que tiene prácticamente definida y que le va a llevar a vivir a Francia a un tiempo para poder escribirla y contextualizarla. Y cargado de razones para seguir cautivando a sus lectores en cada crónica, en cada reportaje, en cada artículo de opinión. Y fiel a su estilo, con un profundo sentido humor, de la forma más cariñosa y amable, sin perder el sentido crítico de la vida y cultivando el respeto en su más ambiciosa dimensión.

El valor del te

Leyendo 54 tés en la casa de Jaiduma se disfruta, se aprende y se siembra conciencia crítica. Se descubre el valor del té, la única pauta estable de los campamentos de refugiados, su reloj, su ritual de convivencia, más que eso aún, una actitud ante la vida, una esperanza. Para el autor, además de aplacar el calor sofocante del desierto el té aviva la imaginación, acuña el sueño, invita al bueno humor y se suma de buen grado a las labores humanitarias. Y otro descubrimiento, el tiempo, un tiempo estanco que no admite perversiones como la prisa o el retraso. Allí, un segundo del Sahara equivale –dice- a varias horas de Europa.

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