Este primer sábado de septiembre amaneció envuelto en grises, abrazando al día con tanta fuerza que ni el sol pudo con la belleza, la serenidad y el silencio con que aíslan las nubes, como si arrullaran a todo ser viviente hechizándolo, invitándolo a quedarse en casa. Más tarde la DANA prevista acabó con las ganas de paseo. Mientras la calle y la terraza se llenaban de lunares, el celaje festejaba la primera gota fría que anuncia el conocido veroño. Los chaparrones nos sentaron en el sofá y mientras jugaban a estrellar gotas en los cristales, las palabras de las frases se fueron resbalando, perdiéndose por el párrafo, enredándose entre los hilos de agua, bailando muy juntos bajo ese goteo desordenado y susurrante. Cuando la tormenta pasó, los ojos miraron el libro y leyeron las palabras que contaban la historia hasta que la bombilla dejó caer su haz de luz.
Fue la carta de presentación de nueve meses de espera hasta la vuelta del verano, aunque el calor vaya y venga despacio, enfriando las tardes. Unas serán con libros y otras con películas de nuestra colección, o bien rescatadas gracias a su inclusión en las plataformas, con la posibilidad de acomodarlas a nuestro horario, una alternativa que propició la DANA al dejarse caer sobre este sábado en la que los amantes del cine clásico volvimos a disfrutar de Primera plana y del magnífico duelo interpretativo entre Jack Lemmon y Walter Matthau. Una parodia sobre la forma de trabajar la noticia, cuánto hay detrás de lo que se publica, en suma, una crítica ácida sobre la manipulación que, quizás, puede parecer exagerada, pero si lo analizamos con honestidad, no lo es tanto.
Dice la crítica que se trata de la mejor película sobre periodismo filmada hasta 1974. Es posible, pero opiniones habrá tantas como espectadores, lo que sí es incuestionable es el comienzo, la edición del periódico desde los preparativos para su impresión, el encaje en la plancha, el rollo enorme de papel, las primeras vueltas de la rotativa y los ejemplares corriendo para ser anudados y repartidos, unas imágenes que se nos quedan en las pupilas durante toda la cinta, algo que no ocurre con sus antecesoras, Luna nueva, de 1940, y Un gran reportaje, de 1931. A las tres las une la redacción por donde casi vuelan los papeles, la lucha por la exclusiva, la risa que brota cada vez que el director cambia de treta para conservar a su mejor reportero. Una película trepidante, llena de imágenes con lectura entre líneas, como en los periódicos. Una cinta que revive distinta cada vez que la vemos. Un momento largo y mágico que nos regaló la DANA, íntimo, personal e invisible para los otros, aunque compartieran el sofá.