La mujer siempre ha sido protagonista del campo, e incluso fue su principal sostén durante la época de bonanza, la de la burbuja inmobiliaria, cuando los hombres se desplazaron masivamente a la construcción. Sin embargo, la visibilidad de las mujeres en el mundo agrario sigue estando muy por debajo de su papel activo. Lo sabe bien María Inés Casado Lara (Jaén, 1965), que lleva toda su vida enrolada en la agricultura y que, allá por los años 80, se convirtió en una precursora de la lucha de la mujer en el campo al presidir la cooperativa de espárrago de su pueblo, Villanueva de la Reina. “Me miraban como si fuera un bicho raro, tuvimos que sortear muchos codazos para hacernos respetar”, recuerda Casado, que es la presidenta de la Asociación de Mujeres Rurales (Ademur) de Jaén además de secretaria de Administración de UPA en Andalucía y secretaria de Igualdad a nivel provincial. Inés Casado tiene claro que las mujeres que se dedican a la agricultura sufren una doble discriminación, la dictaminada por su género y la impuesta por las desventajas de vivir en el mundo rural.
“Cuando los hombres se fueron a otros sectores más lucrosos las mujeres tuvimos que tirar del carro, pero con la crisis los hombres volvieron y nosotras hemos vuelto a ser discriminadas”, indica esta agricultura, que regenta, junto a su marido y su hija, sendas explotaciones agrarias de olivar, espárrago verde, algodón y vid. Una discriminación, asegura, que va más allá del proceso de mecanización en el campo: “Es una cuestión de desigualdad clarísima, porque a los hombres no les preguntan si saben llevar un tractor o una cosechadora, se les supone, pero a nosotras sí”. Y cree que, aunque el convenio del campo establece la igualdad salarial, sería conveniente introducir cláusulas que garanticen un porcentaje mínimo de mujeres en las cuadrillas y en los tajos. Según los datos del paro del mes de enero, en la provincia hay 17.445 hombres en paro frente a 30.141 mujeres, es decir, el paro femenino es de un 63%, frente al 37% de los hombres, no para de crecer. En la agricultura, esa brecha no para de crecer en los últimos años y supera ya el 40%. Y todo ello con una paradoja que Inés Casado no acaba de entender: hay más mujeres que hombres en el campo. En concreto, la mujer representa en torno al 60% de los inscritos en el Régimen Agrario de la Seguridad Social. La brecha es también de tipo salarial.
Según los datos de la Federación de Mujeres Rurales, en las ayudas de la PAC (donde las mujeres concentran el 37,3% de las ayudas directas) las mujeres perciben un 36,67% menos que los productores (3.483 euros las mujeres frente a 5.500 euros los hombres). Lo mismo ocurre con las ayudas para los programas de desarrollo rural, donde el diferencial económico entre géneros llega a un 23,66% de las ayudas. Para intentar corregir esa situación de discriminación y de invisibilidad del trabajo de la mujer en el medio agrario, hace ocho años se aprobó la Ley de Titularidad Compartida de las explotaciones agrarias, una ley que buscaba el reconocimiento jurídico de muchas mujeres agricultoras y, de paso, acabar con la masculinización del medio rural. Sin embargo, y a pesar de que fue una ley muy demandada, en Andalucía tan solo ocho mujeres se han inscrito en ese Registro, unas 500 en toda España. ¿Qué ha fallado? “Los Gobiernos no han impulsado esa Ley en todo este tiempo y, por eso, se ha aplicado de forma muy irregular y en muchos casos y territorios de manera insuficiente”, indica la responsable de Ademur en Jaén. Y si la visibilidad de las mujeres en las explotaciones agrarias es inapreciable en términos generales, mayor brecha aún existe en la asunción de puestos de responsabilidad. En los consejos rectores de las cooperativas agroalimentarias, por ejemplo, solo el 3,5% de sus integrantes son mujeres, mientras que en su base social las mujeres representan el 25%.
Otro indicador de estas barreras es el porcentaje de mujeres jefas de explotación: en 2016 solo el 23% de los administradores de una explotación agropecuaria eran mujeres. “El empoderamiento de la mujer no llega al campo”, admite Inés Casado, que intenta hacer también autocrítica: “El problema, en muchas ocasiones, es que las mujeres no nos lo creemos y nos resignamos a ejercer ese liderazgo”, subraya Casado, que apuesta por la formación como mejor vía para Inés Casado considera clave la presencia de la mujer en el medio rural para luchar contra la despoblación. “Si no logramos que las mujeres tengan empleo en igualdad de condiciones los pueblos se vacían”, apunta esta activista del sector agrario, a quien le preocupa también los índices de violencia de género en el campo. “Hay muchos casos de acoso, mobbing laboral y violencia de género, muchos de los cuales se tapan”, dice.