Diego Vargas Monje era y es para la familia Flores
Diego de Jerez. Este gitano nació en la calle la Merced en el año 1947 y
se crio entre las penas y las alegrías de un barrio que miraba al campo para buscarse la vida. Inquieto en lo artístico, valoró desde su niñez las grandes
voces de Santiago, esos ecos que no logra olvidar y que se repiten muchas madrugadas en sus sueños. Y no solo rememora lo mejor de cada leco, los de Terremoto o Tía Anica, sino que, también, tiene presente los olores de las cocinas de dos metros cuadrados en los que se ponía un puchero para todo el vecindario. Esa era la vida de entonces para un Diego que
desde su juventud admiró a Lola Flores.
“
Iba a verla al Teatro Villamarta cuando venía, y las colas daban la vuelta a la plaza de la expectación que se creaba. A veces tenía que vender o empeñar algo para poder comprar la entrada porque dinero no había, lo justo para comer”, recuerda con nostalgia. Coincidió con ella posteriormente en fiestas hasta que en una Feria de Sevilla, allá por 1978, La Faraona pidió que Diego le cantara por soleá para que se entonara y recitara el
Réquiem a Federico García Lorca de Rafael de León.
“Aquella noche había una aureola de arte impresionante, con Remedios Amaya, Aurora Vargas, La Revuelo… y ella cogió un mantón de una silla se levantó y participó”, relata, y añade que “le gusté y me pidió mi número de teléfono, yo por entonces no tenía y Antonia La Chiva le dio el suyo para que contactara conmigo. Eso serían las cuatro de la mañana, y
a las once me estaba llamando para darme fechas para trabajar con ella a la semana siguiente en el Lope de Vega”.
Lola, por tanto, era mujer de palabra y para Diego fue un sueño cumplido.
Dio la vuelta al mundo con ella, sobre todo América, como miembro del grupo que la jaleaba, la acompañaba con las palmas y voces. Allí estaban otros jerezanos como
Diego y Enrique Pantoja, que eran absolutamente del ámbito más íntimo de la jerezana. Diego destaca que aunque Lola fue muy popular y famosa, “la conocieron sobre todo un número limitado de personas, los que estábamos en su casa durante años”.
Son cientos de anécdotas las que le unen con la jerezana más universal, pues una vez hasta se quedó en su casa de El Calvario y se corrió la voz por la zona, “no sé cómo no se cayó el bloque de la gente que apareció para verla y saludarla, y la fiesta que se formó”.
Bautizó a su hija Rocío, una juerga histórica para los que la vivieron.
Y es que
Lola “disfrutaba con su Jerez, con las gitanas de aquí, se veía una más y esa naturalidad y desparpajo nunca lo perdió aunque estuviera en ambientes de alto nivel. Lola decía que las mujeres de Jerez eran yeguas árabes que paraban el tráfico”, definiéndola como una gran jerezana que “se fue de su tierra con 17 años pero se tragó a su Jerez y por eso
su casa de Madrid o Marbella estaba llena de jerezanía, desde su tata Carmela hasta el último que entraba. Lo que más le gustaba era un plato de papas fritas en tomate con dos huevos fritos encima, era Jerez en sus cuatro puntos cardinales”.
No está de acuerdo, pues, con esas críticas que siguen deambulando sobre la figura de Lola, porque ella “tenía que trabajar mucho y no pudo estar en Jerez tanto como quería, pero cuando venía todos querían estar con ella y ella se emocionaba”, asienta.
¿Y por qué Lola sigue estando tan de moda? Diego no duda y sentencia: “los mitos nunca mueren y
ella es un mito doble, un referente para los tiempos futuros”. Él, que se sintió parte de la familia, conoce tantos detalles como que “Lola era devota del Señor de la Puerta Real, porque también lo fue su madre, y le pedía que le saliera novio”, comenta. “Yo a veces creo que me la voy a encontrar por la calle Doña Blanca y por el Gallo Azul, sobre todo esos miércoles que las mujeres vienen a rezarle a San Judas, en San Francisco, y entre ese gentío me veo a Lola con su pelo recogido y siendo una jerezana más”.
Concluye tajante diciendo que la de la zarzamora “ha sido la artista más admirada por los artistas, incluyendo a deportistas, toreros…”.