Esta nueva constitución acababa con el Antiguo Régimen y configuraba el Nuevo. 184 diputados firmaron la Constitución que abría una época distinta en la historia de España.
Dice Federico Suárez, en su obra Las Cortes de Cádiz, que el ceremonial del día 24 de septiembre comenzó a las 9.00 horas, en el Palacio de la Regencia (que estaba en las Casas Consistoriales) donde estaban congregados todos los diputados presentes en Cádiz (recordemos que algunos diputados tardan meses en llegar, siendo sustituidos por residentes en Cádiz), salieron acompañados de los miembros del Consejo de Regencia (Francisco Castaños y Aragorri, Capitán General de Andalucía; Miguel de Lardizabal y Uribe; Antonio de Escaño y García de Cáceres, ministro de Marina; Pedro Quevedo y Quintana, Obispo de Orense, presidente del Consejo de Regencia y Francisco de Saavedra y Sangronis) hasta la iglesia parroquial, donde celebró la misa Luis de Borbón y Vallábriga, Arzobispo de Toledo y conde de Chinchón.
Al terminar la lectura del Evangelio, el obispo de Orense pronunció una breve homilía, y, a continuación, Nicolás María Sierra, secretario del Despacho de Gracia y Justicia, tomó juramento a los diputados pronunciando dos veces la formula: “¿Juráis la santa religión católica apostólica romana, sin admitir otra alguna en estos reinos? ¿Juráis conservar en su integridad la nación española y no omitir medio alguno para liberarla de sus injustos opresores? ¿Juráis conservar a nuestro amado soberano el señor don Fernando VI todos los dominios, y en su defecto a sus legítimos sucesores, y hacer cuantos esfuerzos sean posibles para sacarle del cautiverio y colocarle en el trono? ¿Juráis desempeñar fiel y lealmente el encargo que la Nación ha puesto a vuestro cuidado, guardando las leyes de España, sin perjuicio de alterar, moderar y variar aquellas que exigiese el bien de la nación?” Y contestaron: “sí, juramos”; los diputados, de dos en dos, fueron pasando a tocar el libro de los Evangelios, terminado el acto religioso con el Te Deum, se trasladaron de la misma forma a la sala de Cortes, instalada en el Teatro Cómico de la Villa de la Real Isla de León (San Fernando) donde celebraron sus sesiones hasta su traslado a Cádiz el 20 de febrero de 1811.
El teniente general Pedro González de Llamas, aposentador de Cortes y el ingeniero de Marina Antonio Prat se encargaron de los trabajos de adecentar y adaptar el Teatro Cómico o casa de comedia, conocido desde entonces, Teatro de las Cortes ( en el año 2001 el rey le concedió el título de Real) para su nuevo cometido. Quedó un patio elíptico, que estaba presidido por el retrato del rey Fernando VII, y, en el centro se colocó una mesa (actualmente se conserva en el Ayuntamiento), destinada al presidente y a los secretarios. Los diputados se sentaron en dos hileras de asientos al pie de los palcos. Mientras estos se destinaron al cuerpo diplomático y autoridades; los pisos altos se destinaron al público en general.
Habiendo ocupado todos sus lugares respectivos, el presidente del Consejo de Regencia pronunció un breve discurso, que concluyó dejando a las Cortes el nombramiento de presidente y secretarios. Terminado el discurso y declaradas instaladas las Cortes, la Regencia se retiró.
Vicente Terrero Monesterio, examinador sinodal del Arzobispado de Sevilla y del obispado de Málaga y Ceuta, cura rector de la parroquia de Nuestra Señora de la Palma y castrense de Algeciras, nació en San Roque el 18 de marzo de 1766, pero vivió en Algeciras desde que tenía cinco años.
Durante su estancia en Cádiz se alojó en la calle Mateo de Alba nº 166, en casa de su hermano Diego, catedrático del Real Colegio de Médicos de Cádiz. En las Cortes era conocido por el cura de Algeciras.El 19 de agosto de 1810, por 5 votos de los 9 electores fue elegido diputado por la provincia de Cádiz en las elecciones celebradas en el patio del Hospital de la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen de Cádiz.
Perteneció a las comisiones de reglamento de Cortes, Expedientes y Proposiciones preferentes.Terrero estuvo consagrado desde su juventud al estudio de la Historia Sagrada, en sus discursos abundaban, viniendo o no al caso, citas del Antiguo Testamento utilizando comparaciones bíblicas.
Renuncia y regreso
En marzo de 1811, ante el incidente habido con el diputado por Jaén, Francisco González Peinado, por discrepancias con el Tribunal de las Cortes, optó por renunciar a su cargo, dejando de asistir a las mismas, pero, ante el ultimátum de las propias Cortes, optó por acudir a las sesiones.
Fue partidario de dotar a las Cortes Ordinarias de facultades propias para modificar cualquier texto constitucional y ante el problema de la esclavitud, propuso que los esclavos liberados pudieran conseguir la ciudadanía, si bien mostró sus reparos al hecho de que se concedieran demasiadas licencias de ciudadanía.
Fue un liberal radical en política con algunas inclinaciones republicanas (habló de cortar cabezas de las testas coronadas), sin embargo, cuando se planteó el traslado de las Cortes desde la Isla de León a Cádiz propuso, junto a Mejía Lequerica, que los diputados se trasladasen sin ningún tipo de ceremonia especial, habida cuenta que consideraba que tal aparato y pompa sólo era privativo de la Regencia y conservador en temas religiosos donde se manifestaba intransigente. Se hizo célebre por la forma de expresarse en sus discursos, llamando la atención de Benítez Pérez Galdós quién al referirse a él en su obra Cádiz, dentro de sus Episodios Nacionales sin duda confundiendo el apellido, lo identifica equivocadamente con el diputado gallego Joaquín Tenreyro. Lo presenta de forma más bien peyorativa: “Un hombre con pretensiones y forma de gracioso, aunque más que la agudeza de sus conceptos debía ésta al ceceo con que hablaba”.
Marcelino Menéndez Pelayo, por su parte, en su Historia de los heterodoxos españoles, lo considera una especie de demagogo populachero: “Estrafalario y violento, que por lo desmando de sus ideas políticas que frisaban con el más furibundo y desgreñado republicanismo y por lo raro y familiar, unido a lo violento de sus gestos y ademanes y al ceceo andaluz marcadísimo”.También, Rafael Comenge, en su Antología de las Cortes de Cádiz se expresa de forma parecida tildándolo de: “Estrafalario, especie de jándalo revolucionario, entre arriero y demagogo, republicano, déspota teocrático, que citaba el latín a trompazos con el dulce ceceo de los andaluces”.
Murió en Cádiz, el 18 de junio de 1825.
Un emblema familiar que representa la casta de la familia Terrero
La relación del cura Vicente Terrero con Algeciras comienza cuando su padre, Antonio, traslada su familia a esta ciudad procedente de San Roque cuando él contaba cuatro o cinco años.Antonio compra parte de la manzana que hoy forman las calles Santísimo, Muñoz Cobo, Primo de Rivera y la Plaza Alta.Desde hacía años Antonio pretendía ser reconocido como miembro integrante de la nobleza, para ello solicitó la condición de hidalgo para sí y sus descendientes.
El hidalgo podía acceder a algunos cargos y prebendas, y eran inscritos en el padrón o registro del ayuntamiento por separado. El 4 de mayo de 1802, el Rey concedió a su favor ejecutoria de hidalguía, que él presentó en el ayuntamiento de Algeciras en un libro forrado de terciopelo carmesí con broches de plata.
A los pocos años, puso el escudo familiar en el dintel de su puerta (actualmente se encuentra en la fachada de la casa número 6 de la calle Santísimo). El escudo fue elaborado con la certificación dada por Julián José Brocheros, cronista y Rey de Armas de Carlos IV el 15 de noviembre de 1778.
Antes de entrar en detalles sobre la descripción del escudo, habría que explicar que la guerra en aquellos tiempos era el principal sistema de ennoblecimiento y en blasones el mejor adorno y reconocimiento de la nobleza. Simboliza las virtudes y cualidades de la caballería en lenguaje visual, por lo que los blasones que ostentaba el caballero debían atestiguar la virtud de su portador y así servir de ejemplo a sus descendientes y a la sociedad en general.El escudo está partido en faja en la parte alta sobre gules (rojo intenso); dos torres de plata sobre un muro del mismo metal, puertas, ventanas y troneras azules; y en la parte baja sobre el mismo gules un galgo en salto también de plata con collar verde.
Simbolizan: El color gules: el ardimiento, arrojo y valentía de los hijos de esta casa en defensa del Rey y de la patria y haber vencido con derramamiento de sangre propia o enemiga. Las torres pueden tener alusión con la denominación de Terrero, simbolizando la fortaleza, vigilancia, asilo y salvaguarda, así para defender a los amigos y aliados como para contener los enemigos y perturbadores de la paz. También puede representar señorío y defensa de alguna jurisdicción y coto. La plata representa la limpieza y pureza verdad y candidez en los tratos y fidelidad al Príncipe. El muro es símbolo de provecho y amparo y usan de él algunas familias sus armas por haberlo asaltado escalado o defendido.
El galgo como animal sagaz y fiel defensor de su señor hasta perder la vida, también por su olfato que distingue la distancia, la carroña, la presa la reducen sin lesión a su dueño, expresiones todas de la fidelidad de un vasallo que habiendo sujetado al enemigo ofrece la victoria y despojos a su rey. El collar representa que aunque los acontecimientos sean precipitados el sometimiento de un vasallo a su rey los sujeta con la prudencia y con la cadena de la obediencia para presionar seguridad y sin riesgo el combate. El color verde es símbolo de prudencia y esperanzada victoria.
El estar el galgo en salto y corriendo representa al estar preparados de esta Casa a las ordenes del soberano, aún a riesgo de perder la vida. Adorna el escudo la noble y militar insignia del correón o celada de acero bruñido claveteado de oro con tres grilletes, mirando al flanco derecho del escudo en su legitimidad, pieza la más honorable en la armería por la parte principal que defiende que es la cabeza surmontada de plumajes de varios colores que representan estos los diversos pensamientos guerreros de sus hijos de esta infanzonada casa de Terrero que proyectó la cabeza y ejecutó el brazo.