Basada en una novela de Rumaan Alam, Dejar el mundo atrás cuenta la historia de un acomodada familia neoyorquina -encarnada por Julia Roberts y Ethan Hawke, junto a sus dos hijos- que decide pasar el fin de semana en la costa para huir del mundanal ruido; en realidad, de la gente en general, como ente desnaturalizado y absorbido por las tendencias que dominan el mundo.
Sin embargo, el aparentemente relajante descanso comienza a verse alterado por una serie de hechos inesperados: un carguero que encalla en la orilla de la playa, el comportamiento irregular de los animales que rodean la lujosa casa en la que se han alojado, los fallos en los móviles y en la televisión, y la llegada del dueño de la vivienda que han alquilado, que les pide que les permita alojarse junto a su hija con ellos porque se han frustrado sus planes a causa de un apagón en la ciudad -en este caso el siempre eficiente Mahershala Ali y Myha'la Herrold-.
Dirigida por Sam Esmail, creador de la serie Mr. Robot, la película remite irremediablemente a otros títulos recientes que han abordado con desigual acierto la proximidad del apocalipsis. De un lado, el excesivo y desproporcionado filme de Adam McKay, No mires arriba, y, del otro, el más que correcto Llaman a la puerta, último trabajo de M. Night Shyamalan.
Dejar el mundo atrás incide, no obstante, en otras lecturas, sobre todo de índole político. No hay que olvidar que la cinta cuenta con la producción de los Obama y el apocalipsis al que remite la trama no solo ha de interpretarse desde el punto de vista de la decadencia de la sociedad contemporánea, sino desde su encaje en la era Trump: ¿acaso no invita a vincular los hechos que someten y aprisionan a los protagonistas a un exitoso asalto al Capitolio?
Desde este punto de vista, Esmail subraya con habilidad las claves de ese mismo discurso político, así como el correspondiente a la respuesta de la propia sociedad: los que aguardan en casa con un rifle bajo el brazo y la despensa llena y los que se limitan a lamentar la vida que pasa ante sus ojos y para los que no hay más felicidad que una sesión de episodios de Friends.
No obstante, esos subrayados van acompañados de un efectismo estético -la cámara acrobática que acompaña los movimientos de los personajes o explorando los escenarios que transitan-, que no estilístico, que deparan una película con un poso interesante, pero sin emoción.