Clint Eastwood acaba de terminar el rodaje de su cuadragésima película como realizador, Jurado número 2 , apenas un mes antes de cumplir 94 años -el pasado 31 de mayo-.
Han transcurrido ya 53 desde que decidiera dar el salto a la dirección con la notable Escalofrío en la noche, y en todo ese tiempo ha rodado un buen puñado de obras maestras que le han situado como uno de los últimos grandes clásicos de Hollywood con vida.
A estas alturas, de Eastwood sorprende esa vitalidad para seguir haciendo cine a su edad -algo por lo que le estaremos eternamente agradecidos-, pero más aún lo que se antoja casi como una necesidad: mantener intacta la voluntad para seguir contando historias con las que seducir y emocionar a los espectadores.
Ahora, con motivo de su cumpleaños, Movistar+ le ha dedicado un ciclo en el que ha recopilado algunos de sus trabajos más destacados como director e intérprete, entre los que ha tenido el acierto de incluir y rescatar Primavera en otoño (Breezy), una excelente película, injustamente olvidada tras su estrepitoso fracaso en la taquilla en el año 1973.
Primavera en otoño fue su tercer filme como director y el primero en el que no aparece como actor. Producida por su propia compañía, Malpaso, llegó a los cines tras el éxito de la citada Escalofrío en la noche e Infierno de cobardes, su primer western. Su ausencia sobre la pantalla y el inesperado cambio de registro -estamos ante un drama romántico- hicieron que el público terminara por darle la espalda.
Y sin embargo, estamos ante una de sus mejores películas -de una sorprendente madurez narrativa-, y singular precedente del que muchos años después se convertirá en otro de sus míticos títulos, Los puentes de Madison. A partir de un muy buen guion de Jo Heims, junto al que ya trabajó en su debut como realizador, la película cuenta el romance entre un veterano y acomodado agente inmobiliario, al que da vida un sensacional William Holden, y una joven hippie que irrumpe en su vida por accidente -la casi debutante Kay Lenz- y que acaba por obligarle a replantearse su propia experiencia vital.
Eastwood demuestra una tremenda sensibilidad a la hora de hacer verosímil cuanto ocurre en la pantalla, cuida al detalle a sus personajes, nos hace cómplices de sus emociones y hasta se permite el lujo de autohomenajearse -atentos a la secuencia en el cine-.