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Vuelve a decir Bitelchús tres veces, pero sólo por esta vez

Tim Burton se reencuentra 36 años después con el personaje que le lanzó a la fama en esta tardía e irregular secuela salvada por sus hallazgos cómicos

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Yo tenía 16 años cuando vi Bitelchús. Nadie conocía a su protagonista (Michael Keaton) ni a su director (Tim Burton), pero su éxito en Estados Unidos ayudó a su promoción aquel verano y la gente empezó a preguntarse qué era aquéllo de “Bitelchús”, qué había detrás de aquel cartel mitad siniestro mitad burlesco.

Lo que había era una comedia de terror plagada de originales hallazgos visuales y un delirante sentido del humor a la hora de enfrentar el mundo de los vivos y el de los muertos. La película tuvo una recepción tibia y descolocada por parte de la crítica -tal vez esperaban la típica americanada de saldo-, pero al mismo tiempo todo el mundo coincidía en la personalidad de la puesta en escena y la creación de un “universo propio”.

El tiempo ha ayudado a su revalorización, también por parte de la crítica, y su impacto intergeneracional ha hecho posible 36 años después el estreno de su secuela, Bitelchús, Bitelchús con la presencia de tres de sus protagonistas: Michael Keaton, Wynona Ryder y Catherine O´hara -Jeffrey Jones lo hace descabezado-, a los que se unen una despampanante Monica Bellucci, un Willem Dafoe tan caricaturesco como divertido, y la cada vez más interesante Jenna Ortega, a la que el propio Burton ya sacó todo el partido en uno de los episodios de Miércoles.  

Burton ha contado asimismo con los guionistas Alfred Gough, Seth Grahame-Smith y Miles Millar -con los que ya había trabajado con antelación- para dar forma y sentido a esta tardía secuela. El resultado no es el esperado, pero tampoco una decepción absoluta; es decir, no supera al original, no es memorable, entre otros detalles, precisamente, a causa de un fallido guion que tarda en imprimir pulso y ritmo a la historia, pero termina por arrancarte algunas risas, exprimiendo el detalle -el personaje de Dafoe leyendo sus líneas a través de las cartulinas que le muestra su secretaria; la sala de espera del inframundo; las pirañas coleando en el cuerpo de uno de los fallecidos- y apurando los gags, llevados al extremo en la escena del entierro -el coro de niños de la iglesia canta el Day-O (The Banana Boat Song)-, masacrando a los influencers y en la de la boda al ritmo de McArthur Park con la voz de Richard Harris.

Bitelchús, Bitelchús va más allá de su interés nostálgico, pero resulta muy plana en su desarrollo, sobre todo en la primera mitad, y carece de la frescura y la originalidad de la cinta de 1988, pero tampoco es una fatalidad.

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