Cerca de 1.500 paseíllos en 24 años como matador de toros, incontables triunfos y 39 cornadas tatuadas en la piel avalan la dura y exitosa carrera de Juan José Padilla, quien, tras colgar el traje de luces, afirma en esta entrevista: "No cambiaría nada, ni las 39 cornadas que recorren mi cuerpo".
Zaragoza fue la ciudad de despedida del diestro gaditano (Jerez de la Frontera, 1973), la misma en la que volvió a nacer en 2011 cuando un toro de Ana Romero le arrancó el ojo izquierdo, heridas que cubre con orgullo con el parche que le ha metamorfoseado de "ciclón" a "pirata", sobrenombres que complementan la personalidad de un hombre cabal, ejemplo de sacrificio y superación, y al que la afición seguro echará de menos en los ruedos el próximo año.
¿Cómo se siente cuando todavía no ha pasado ni una semana desde que colgó el traje de luces?
Las emociones siguen a flor de piel. Jamás pensé que iba a ser todo tan emotivo y tan rotundo.
Después de un año de tantas actuaciones, debe ser duro darse cuenta que llegó el final.
Tarde o temprano tenía que llegar. Tomé esta decisión desde el convencimiento y sabía que había llegado la hora de cerrar una etapa maravillosa. Ahora solo puedo decir que estoy muy orgulloso de todo lo que he logrado y muy feliz por haber podido disfrutar de mi profesión.
¿No ha notado todavía el vacío?
No, porque todavía tengo por delante mi despedida latinoamericana y siento la obligación de dejar el mejor recuerdo posible en las plazas donde se me espera con ilusión.
¿Cómo espera que va a ser el próximo año?
Tendré que adaptarme a mi nueva vida. Lo que tengo claro es que siempre estaré vinculado a la profesión. Y, aunque no esté abajo, en la arena, lo que tengo seguro es que sí que andaré por los tendidos disfrutando del toreo de otra manera.
¿Con qué se queda de la tarde del pasado domingo?
Con todo. El viaje desde Sevilla junto al doctor García Perla y su familia, la visita a la basílica del Pilar, los momentos en la habitación del hotel, el 'no hay billetes', las emociones previas al paseíllo, lo que viví en el ruedo, la salida a hombros... También la sensibilidad de mis compañeros, Manzanares y Talavante, y los que quisieron estar ahí en el callejón: el doctor Val Carreres, mi hermano Adolfo Suárez, mi mujer y mis hijos, a los que tuve el placer de brindar mi último toro.
Y todo esto en Zaragoza, la plaza que le vio nacer en 2011.
Allí sentí que se acababa todo. Recuerdo que camino de la enfermería le pedí a los doctores que llamaran a mi mujer porque pensaba que me iba. Pero lejos de ser el final, en Zaragoza fue donde resurge todo. Dios me dio esa oportunidad de vivir, de recuperarme, aun con secuelas visibles, y poder volver a los ruedos para sentir la parte amable de mi profesión, de disfrutar de otra manera con un tipo de corridas menos duras a las que estaba acostumbrado a matar en los primeros 18 años de mi carrera.
¿Jamás pensó en que nunca volvería a torear?
Sabía que el toreo era mi vía de escape para llenar ese vacío interior que me dejó la cornada. También debía hacerlo por devolver la normalidad en mi casa. Por suerte conté siempre con el apoyo de mi mujer y mis hijos, que fueron un ejemplo por la manera de aceptar lo que me había pasado.
¿Y no le guarda rencor al toro?
Para llegar a la cima hay que pagar un tributo al toro. Yo viví muy de cerca la muerte del maestro Paquirri, y en ese momento me di cuenta que el sufrimiento es parte de la gloria, que en esta profesión se siente, se sufre y muerte de verdad. Los que decidimos formar parte de él sabemos a lo que nos exponemos.
En su caso todavía más, pues casi no queda un centímetro de su piel que no esté atravesado por alguna cicatriz.
39 cornadas recorren mi cuerpo de arriba a abajo, siete de ellas gravísimas, pero más que lamentar mi mala suerte debo dar gracias a Dios de que todas ellas me pasaran en sitios con buenas enfermerías y con médicos muy preparados.
¿Cómo condensaría sus 24 años de alternativa?
Pues que al final todo el esfuerzo, entrega y sacrificio de han merecido la pena a pesar de esos tributos que he tenido que pagar. La tauromaquia ha sido mi universidad de la vida, de ella ha adquirido los valores que me han formado como ser humano.
¿Las cornadas son lo más doloroso de su carrera?
El dolor de algunas de ellas jamás lo olvidaré, pero algo que hace mucho daño son las injusticias. Esos momentos en los que piensas si merece la pena tanto sacrificio para luego no obtener recompensa alguna. Son momentos que desgastan mucho tanto el corazón como la mente.
Si pudiera volver atrás... ¿Cambiaría algo?
Absolutamente nada. Ni las 39 cornadas. Solo tengo palabras de agradecimiento. Jamás pensé que lograría una Puerta del Príncipe, indultar un toro en México, llegar a cerca de 1.500 corridas y liderar el escalafón cuatro veces.
¿Y qué se lleva?
Una vida entera de satisfacciones, el respeto de mis compañeros y el cariño de la afición, a la que siempre agradecido y con la que ahora espero compartir muchas tardes de toros como un seguidor más de este mundo tan maravilloso que es la tauromaquia".