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Lunes 18/11/2024
 

Jerez

“Las misas que oficiamos en Zimbabwe son divertidísimas"

El misionero claretiano y gaditano, Manuel Ogalla, expuso en el obispado de Jerez la labor misionera que desarrolla en la zona rural de Zimbabwe

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  • El presbítero Manuel Ogalla, misionero claretiano, en la sede de la Diócesis Asidonia Jerez esta semana -

Del barrio de Santa María en pleno corazón del centro de la capital gaditana, hasta las zonas más inhóspitas del Sur de África, una odisea vivida desde la fe y que tiene como protagonista a Manuel Ogalla, un joven misionero claretiano.

Soñaba con ser cantautor, disfrutaba como uno más del Carnaval de su tierra natal, comenzó a estudiar la carrera de Medicina y, aunque a ninguno de su círculo más cercano le sorprendió demasiado, terminó ordenándose como religioso misionero cuando conoció a los hermanos claretianos.

Para Manuel Ogalla, la llamada no tuvo lugar durante un momento concreto de su vida o tal vez a través de un indicio de señal reveladora de un día. Surgió de la sensibilidad de entrega a los demás que le fueron inculcando sus padres a él y a su hermano desde la infancia.  “Mi vocación como misionero empieza con mis padres, somos una familia de origen trabajador, obrero, y desde siempre se han preocupado por que nos diéramos a los más necesitados, esa sensibilidad fue madurando, y hasta ahora.  Tuve varias experiencias que me hicieron replantear mi vida y encauzarla hacia Dios. Estuve en Melilla en una escuela de calle , aquella época me marcó muchísimo, y el conocer la vida comunitaria, la forma de entender el evangelio y el estilo de vida de los hermanos del Claret, determinó  que escogiera dedicar mi vida al sacerdocio en una congregación misionera”. Esto no significa, ni mucho menos , que  Ogalla tuviera claro en su adolescencia que iba a ser sacerdote, aclara que, como cualquiera de esa edad, era un joven normal,  le gustaba jugar al baloncesto, salir con sus amigos, cantar con su chirigota y comer cazón en adobo, esto último lo sigue manteniendo.

Han pasado ya unos años, concretamente ocho,  desde que el misionero gaditano hiciera de tripas corazón, dejara atrás Cádiz, su familia y amigos, e hiciera las maletas para marcharse a Zimbabwe, solo unos meses después de ordenarse como sacerdote, y no sólo para sembrar la palabra de Dios con el mensaje, sino también a través de obras que contribuyen al desarrollo de la zona junto a otros religiosos y gran parte de  la población autóctona.

“Me llevé un año estudiando el idioma Shona para poder comunicarme con los vecinos de la pequeña aldea a la que me destinaron, Zhomba, un pueblo que se caracteriza por ser acogedor y muy hospitalario. Pero sin duda, con lo que me quedo de ellos es el cómo viven la fe. Las misas allí son divertidísimas, una auténtica explosión de vida, pero todas, no sólo cuando se celebra una festividad. La religión en la zona donde estoy es un valor, hay una gran diversidad de religiones, no sólo la católica, y lo extraño es la persona que no cree en nada. Cualquier evento o acto se comienza con una oración, aunque no tenga índole religiosa”.

Manuel Ogalla lleva una labor pastoral y evangelizadora focalizada en cuatro estrategias; atención a las comunidades de base, generar implicación  de la población local en la acción evangelizadora, devolver la dignidad de las personas a través de proyectos de desarrollo trabajando codo con codo con la población autóctona, y una última vía que es la gran apuesta de la comunidad claretiana como es la educación y la creación de infraestructuras que  propicien el correcto desarrollo. Proyectos en los que está presente la acción de Manos Unidas, entidad  en la que según Ogalla, “hacen una labor encomiable y es una de las instituciones con mayor credibilidad, pues trabajan con generosidad y de forma transparente”.

El misionero no se arrepiente de haber elegido una vida de entrega a los demás y a Dios, afirma que de volver a elegir, seguiría escogiendo ser misionero. “Hay momentos de dudas, de flaquezas, de echar de menos a los tuyos, la comodidad de la vida en España, pero la vocación de entregar mi vida allí es mucho más fuerte que los vínculos que aquí puedan atarme. Porque, al final, no te atas a sitios, sino a personas. La fidelidad es un valor, y yo creo en ella”.

No siente que se está perdiendo nada en esta vida, más bien lo contrario, cree que se está viviendo un momento de tibieza espiritual. “No somos capaces de testimoniar la grandeza del misterio. Los jóvenes están sedientos de fe, pero no somos capaces de proponerles modelos de vida radicales que unidos a la coherencia y desde la verdad, sacien esa sed. El ser humano busca y necesita las estructuras que rodean al acto de fe , pero no nos pringamos hasta el fondo, por falta de fidelidad. No podemos dejar que nos convirtamos en mediocres”

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