Con la misma humildad que enmarca todos los actos de su vida, nos llega hoy la noticia de la muerte de Ginés Aparicio, el ingeniero de caminos capaz de idear y levantar con su voluntad e inteligencia el cuerpo y parte del espíritu de la mejor Exposición Universal de toda la historia, según el parecer autorizado de la Oficina Internacional de Exposiciones de París.
Respaldado por la capacidad técnica y el mando de su jefe y compañero Jacinto Pellón, en el recinto de la Isla de la Cartuja se hicieron presentes por primera vez, gracias en gran parte a las gestiones diplomáticas del Comisario General Manuel Olivencia los ciento doce países pobres y ricos más significativos del mundo: todos los bloques, todas las religiones, todas las razas.
Y todas nuestras comunidades autónomas y las principales empresas nacionales e internacionales.
Y aunque el fruto de la exposición se debe a la colaboración de muchos y al entusiasmo de todos, el escenario de la celebración llave en mano y en el tiempo previsto se debe a la categoría profesional y humana de este cartagenero tan importante y tan sencillo.
Tiempo habrá de seguir alabándolo como se merece.
Recuerdo que en una visita del alcalde de Roma a la Exposición se me ocurrió decirle que Sevilla era una ciudad más universal que Roma, que ya es decir; y recuerdo que el argumento cogido por los pelos que utilicé fue decirle que en el escudo de Roma estaban dos romanos Rómulo y Remo, gente de allí, mientras que los tres personajes del escudo de Sevilla, con la duda de san Isidoro, eran forasteros: san Fernando y los cartageneros san Leandro y su hermano menor.
Hoy, mientras le pido a Dios por su alma, pienso que la Expo por ser de Sevilla bien podía tener un escudo con gente de fuera que ha contribuido a hacer más grande, de presente y de futuro, a esta ciudad: con el rondeño don Manuel Olivencia, el cántabro don Jacinto Pellón y, para seguir la tradición de sus paisanos santos, el cartagenero don Ginés Aparicio.
¡Muchas gracias por tanto trabajo y tanto entusiasmo!