La investigación científica y la amplia experiencia clínica han demostrado que la ingesta equilibrada de nutrientes, beber agua con frecuencia, junto con una actividad física moderada, constituyen los elementos esenciales para preservar la salud.
Recientemente, la acreditada BDA (del inglés
, British Dietary Association) ha alertado que “
no debería aconsejarse a las personas mayores de 65 años con sobrepeso ligero, tratar de reducir el peso corporal ya que esta medida no contribuye a mejorar su estado de salud”.
Sabemos que la obesidad favorece el envejecimiento, proceso multifactorial inevitable que entorpece la proliferación celular, incrementa el estrés oxidativo y la inflamación crónica de los tejidos, dificultando la absorción de los nutrientes básicos. Asimismo, la obesidad acelera las alteraciones de los cromosomas relacionados con el envejecimiento, obstaculizando la comunicación entre las neuronas, la normal gestión de las proteínas celulares y la función de las mitocondrias -órganos productores de energía dentro de las células-. La activación de estos factores deletéreos facilita el progresivo deterioro físico y la aparición de algunas enfermedades (cardiovasculares, diabetes tipo 2, etc.).
La posible explicación científica para apoyar este aparente contrasentido, al considerar beneficioso el sobrepeso corporal ligero en los mayores de 65 años, podría ser que la pérdida de peso corporal de este sector de la población conlleva una disminución de las reservas energéticas, la pérdida de materia grasa y muscular, ocasionando un creciente cansancio físico que conduce al nefasto sedentarismo.
Las reservas energéticas
El gasto energético varía en función de la edad, sexo, composición corporal, estado clínico y actividad física. Los pacientes de edad avanzada corren el riesgo de sufrir desnutrición, por lo que precisan de una evaluación de sus requerimientos energéticos.
El estado nutricional y el envejecimiento se ven afectados por ciertos factores sociales, enfermedades crónicas y los cambios bruscos del peso corporal. La desnutrición tiene consecuencias serias para los adultos mayores, ya que conduce a un progresivo deterioro de la salud, favorece las caídas por dificultad en el equilibrio corporal, mayor fragilidad, vulnerabilidad ante las infecciones y dificulta la cicatrización de las heridas. En general, el almacenamiento energético deficiente afecta al estado funcional del organismo, con pérdida de la imprescindible energía, el equilibrio corporal y la coordinada movilidad para poder realizar una vida activa normal.
El requerimiento energético humano depende del
gasto energético total -energía que consume su organismo-, o sea, la suma de la
tasa metabólica basal (TMB),
actividad física y
termogénesis. La
TMB es la cantidad mínima de energía que un organismo requiere para estar vivo y representa del 60-70 por ciento del total del gasto energético en la mayoría de los adultos sedentarios. La
actividad física constituye cualquier movimiento corporal producido por el aparato músculo-esquelético que resulta en un incremento del gasto energético total. La
termogénesis es la capacidad de generar calor a través de las reacciones metabólicas, para el mantenimiento de la temperatura corporal normal.
El organismo humano prioriza el suministro de sangre a los músculos -en especial, al músculo cardiaco que debe contraerse unas 100.000 veces cada día para mantener la vida- en detrimento del aparato digestivo, excretor y reproductor. El gasto energético total suele ir disminuyendo con el envejecimiento, debido a la reducción de la TMB y la actividad física.
Materia grasa esencial
El tejido adiposo corporal está constituido fundamentalmente por dos tipos de grasas, con funciones muy diferentes. El tejido adiposo blanco -
grasa blanca- almacena las importantes reservas energéticas, mientras que el tejido adiposo marrón -
grasa marrón- tiene la trascendental función metabólica de producir calor mediante la oxidación lipídica, aparte de regular el consumo energético sobrante. El descenso de la
termogénesis -frecuente sensación de frío- en personas mayores suele ser consecuencia de la disfunción del tejido graso marrón.
Aparte de servir como almacenamiento energético, la grasa blanca segrega diversos factores bioactivos, como la
leptina -reguladora del apetito-, la
adiponectina -antiinflamatoria y mejora la sensibilidad a la insulina del páncreas- y otras moléculas beneficiosas. Esta grasa blanca está ampliamente distribuida por todo el cuerpo, pero predominantemente debajo de la piel -
grasa subcutánea- y el abdomen -
grasa visceral-.
El
adipocito es la célula característica del tejido adiposo, al que da nombre. Los adipocitos son excelentes almacenadores de energía -95 por ciento de su contenido lipídico, en forma de gotas de grasas-, buenos aislantes térmicos y amortiguadores de los golpes y lesiones corporales. No son las únicas células que se encuentran en las grasas corporales, ya que existen otros tipos muy importantes como las células madre, macrófagos, neutrófilos, linfocitos y células endoteliales.
El adecuado equilibrio entre ambos tipos de grasas (blanca y marrón) es primordial para el mantenimiento de la
homeostasis energética, proceso biológico que implica la regulación metabólica coordinada de la ingesta de alimentos -entrada de energía- y el gasto energético corporal -pérdida de energía-. La inflamación patológica del tejido adiposo blanco es resultado de este desequilibrio que favorece la aparición de enfermedades cardiovasculares y diabetes tipo 2.
Hallazgos recientes sobre la función del tejido adiposo marrón o termogénico -grasa marrón- está aumentando el interés de la investigación científica sobre diversas intervenciones farmacológicas, ambientales o genéticas para aumentar la cantidad de energía gastada en la termogénesis y prevenir la obesidad, mejorar la salud metabólica y prolongar la vida saludable.
https://doi.org/10.5534%2Fwjmh.200112
La debilitadora sarcopenia
El envejecimiento conlleva una progresiva pérdida de la masa muscular esquelética que, cuando alcanza ciertos límites, puede deberse a la
sarcopenia, enfermedad multifactorial favorecida por el sedentarismo o la escasa actividad física en las personas mayores, que contribuye a la disminución significativa de la musculatura, reducción de la ingesta calórica, cambios en el metabolismo muscular, estado inflamatorio crónico, estrés oxidativo y paulatina degeneración neuromuscular. En general, se detecta por la progresiva disminución de la fuerza física, la velocidad y equilibrio de los movimientos, nivel de energía y capacidad de recuperación de las lesiones y la predisposición para padecer otras enfermedades.
Esta enfermedad gradual e invalidante, a menudo no diagnosticada, constituye un serio problema sanitario en aumento, más aún cuando no existe un enfoque común en su diagnóstico y/o tratamiento, lo que agrava la situación clínica de estos pacientes, incrementando el riesgo de frecuentes caídas y discapacidad física.
Cambio de paradigma
Reconocidas en todo el mundo, la
American College of Cardiology (ACC) y
American Heart Association (AHA) definen como adultos con sobrepeso si el
índice de masa corporal o IMC ≥ 25 kg/m2 y obesidad IMC ≥ 30 kg/m2, sin tener en cuenta la edad. Evaluar con precisión el sobrepeso y la obesidad en las personas mayores constituye un desafío médico, debido a los cambios fisiológicos propios del envejecimiento natural del ser humano. Según la investigación reciente, basada en los mejores metaanálisis publicados, un índice de masa corporal más alto puede ser protector para las personas mayores.
Con estas evidencias científicas,parece recomendable establecer una actualizada clasificación en el cálculo del
Índice de Masa Corporal – IMC, fórmula matemática que asocia la masa y la talla de una persona. Este útil procedimiento fue descrito en 1832 por el matemático y astrónomo belga Adolphe J. Quetelet (1796-1874), director del Real Observatorio de Bélgica, por ello también es conocido como
Índice de Quetelet.
Calculo del
Índice de Masa Corporal (IMC)
Utilice la calculadora dividiendo el peso corporal -expresado en kilogramos- por la altura elevada al cuadrado -expresada en metros-.
En adultos se considera bajo peso un IMC menor de 18 kg/m2, peso normal entre 18 y 25 kg/m2, sobrepeso entre 25 y 30 kg/m2 y obesidad cuando el IMC es mayor de 30 kg/m2.
En las personas mayores de 65 años, no reducir el peso si el IMC está entre 25 a 30 kg/m2.
Debe tenerse en cuenta que las recomendaciones sobre la alimentación y el peso corporal saludables para la población general no siempre son apropiadas para las personas mayores, debido a la frecuente existencia de factores adicionales que juegan un papel significativo en la preservación de la salud y bienestar.
“
Para bien estar, mucho se ha de andar” – Refrán español
José Manuel Revuelta Soba
Catedrático de Cirugía. Profesor Emérito de la Universidad de Cantabria