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Escrito en el metro

Carmen y el mar

La costa, el litoral, el mar y la mar de los marineros, están siendo tan agredidas sin razón que el furor de todos estos ecosistemas se está desatando con rabia

Publicado: 10/10/2024 ·
10:57
· Actualizado: 10/10/2024 · 11:25
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  • La playa en otoño. -
Autor

Salvo Tierra

Salvo Tierra es profesor de la UMA donde imparte materias referidas al Medio Ambiente y la Ordenación Territorial

Escrito en el metro

Observaciones de la vida cotidiana en el metro, con la Naturaleza como referencia y su traslación a política, sociedad y economía

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Llevé en brazos a Carmen hasta la misma orilla de la playa. Mientras pisaba una arena reseca y polvorienta, le iba contando como también mi abuelo por estas fechas me acercaba hasta donde rompían las olas para recoger los tesoros que el mar nos regalaba en forma de nacarinas conchas, de pequeños trozos de coral o de perdidas artes marineras. Aunque por su corta edad sabía que no comprendería cuanto le narraba, tenía la certeza de que sus neuronas archivarían mi relato y que sirviese para comprender el futuro que pasó. 

Seguí contándole sobre la arena húmeda, carente de cualquier forma de vida y solo cubierta de guijarros, que hacia medio siglo todo era muy diferente. La vida en aquella orilla saltaba entre diminutas y curiosas pulgas de playa que se dedicaban con esmero a limpiar cada grano de arena. Era fácil encontrar entonces las sofisticadas conchas de las orejas de mar, incluso hipocampos, nécoras de andares serpenteantes o esos arbolitos marinos que luego supimos que eran colonias construidas por millones de pequeños animalitos. La vida vegetal era también variada, con algas pardas que servían para simular una simpática peluca, lechugas de mar o pequeños abanicos de padina.

Carmen empezó a mirar las olas que empezaban a embravecerse al rolar el viento a levante. Prestaba tal atención que parecía que en su batir les hablaban. Volvió su cara sorprendida hacia mí, como diciéndome si no oía lo que nos decían. Una de ellas enfurecida se precipitó con fuerza hacia nosotros, llegando hasta mis rodillas su agua demasiado caliente. Entonces entendí lo que la niña comprendía y yo no. La costa, el litoral, el mar y la mar de los marineros, están siendo tan agredidas sin razón, que el furor de todos estos ecosistemas se está desatando con rabia. 

Dimos la vuelta, y mientras la tristeza me invadía, Carmen balbuceaba en su infantil dialecto y por encima de mi hombro me señalaba el horizonte. Interpreté libremente que me decía que confiase en el futuro. Sonreímos y marchamos a una tierra firme de la que hablaremos otro día.
 

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