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España, en Washington

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Para un país como España que, por culpa de la dictadura de Franco, se quedó al margen de los pactos políticos y económicos posteriores a la II Guerra Mundial y que tardó años y años en retomar el tren de la historia de los países democráticos y desarrollados, todavía tiene cierta carga simbólica estar presente en determinados foros. Por eso es tan importante que el presidente del Gobierno haya logrado entrar por la puerta grande en la cumbre del G-20.

España estará en Washington de la mano de Francia, lo cual rompe también con uno de los más viejos complejos de quienes aún hoy miran con recelo a la cuna de la democracia y de las libertades. Puede que todo tenga un precio y que nada sea gratis pero, al margen de ese tipo de especulaciones, lo que sí es un hecho es la favorable actitud de Nicolás Sarkozy. Cualquiera puede imaginarse lo difícil que tuvo que ser convencer al presidente George Bush, por mucho que éste ya esté ahora de retirada, camino del rancho tejano en el que José María Aznar ponía sus pies encima de la mesa.

La prueba de que la situación de Rodríguez Zapatero está cogida con pinzas es la cautela que el joven presidente español está desplegando tras confirmarse la buena nueva, algo poco habitual en una persona con un alto nivel de audacia y atrevimiento. Si finalmente supera con eficacia este gran reto, España quedará en mejores condiciones para tratar de encontrar acomodo en el club de los países que aspiran a orientar los destinos del planeta.

Actualmente, siendo como es la octava economía mundial, no entra ni en el club de los ricos –los siete grandes más Rusia– ni, obviamente, en el club de países emergentes que completan el G-20. En Washington, primera cita de otras posibles reuniones similares, España no sólo aportará el peso de su economía, sino también algo que en estos momentos adquiere todavía mayor relevancia para los allí presentes: su experiencia como uno de los países con una sistema financiero mejor regulado y, a la postre, más sólido.

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