Y digo apesadumbradas palabras porque uno, que ya peina canas, aprecia y descubre entre líneas un rictus de amargura y de resignación en gentes que dejando a un lado su tiempo y su familia, se embarcan en proyectos de ayuda social al necesitado en sus muy diversas manifestaciones. Lástima que en esta sociedad –continua y sistemáticamente azotada por un laicismo al fin y al cabo inútil e inconsciente– el sustrato u origen religioso de muchas de esas iniciativas acarree tantas inmerecidas e injustas facturas.
Lo digo porque a estas alturas de vida si los objetivos de la asociación que se circunscriben especialmente a jóvenes y adolescentes con problemas de drogas, comportamiento, carencias afectivas, familiares y sociales, insuficiencias y disminuciones materiales y morales, alteraciones de conducta y perturbaciones de la personalidad, no merecen el apoyo y respaldo de nuestros políticos –del signo que sean, que al fin y al cabo son los que colocan el dinero en este o en el otro lugar– pues ya me dirán cuáles lo merecen. Luego, vendrán estos mismos con asertos grandilocuentes sobre la importancia y apoyo a la juventud y bla, bla, bla…
Hay que actuar sobre los problemas ya, con independencia del origen o tendencia política. Los pobres y necesitados no entienden de siglas. Merecen nuestra mayor atención y eso es así, por encima de colores o partidos. Todos los días nuestra sociedad consumista, consume o se merienda a tantos jóvenes que nuestra actitud vital no puede quedar reducida a la indiferencia o mirar para el otro lado. Hay que apoyar a la sociedad civil que poco a poco se va refugiando por comodidad en papá estado pero que –estoy convencido– mantiene todavía intactas las fuerzas para trabajar en pro del otro. Por naturaleza, el hombre es solidario. De eso se trata, de que los poderes públicos pongan a disposición de la sociedad civil los mecanismos necesarios para potenciar a los que más lo necesiten.
La ciudad, y si no lo saben se lo digo yo, los operadores jurídicos con el Juez de Menores al frente, demandamos un lugar donde estos chicos con problemas con la justicia en edad temprana puedan encontrar un espacio donde en primer lugar interioricen lo inútil de su conducta errónea, y sobre todo encuentren un verdadero punto de referencia para encauzar sus vidas.
Y eso, hoy en día lo cumple ilusionante y perfectamente el Hogar La Salle, con unas instalaciones envidiables y lo único que les hace falta es un empujoncito económico de las administraciones públicas. Es una insultante realidad el hecho de que los Hijos de La Salle llevan ciento veinticinco años dando a Jerez mucho más de lo que han recibido. Es hora de que eso cambie, sobre todo por el bien de nuestros jóvenes. ¿Ustedes me entienden, verdad?