La vida y obra de Miguel Hernández responden a un perfil excepcional. Además de su militancia y compromiso en lo político y en lo social, su producción literaria superó en poco más de una década (1930 – 1942) las cuatro mil páginas. Todas ellas, marcadas por un personalísimo acento, por una forma única de entender la poesía.
Cada relectura de Miguel Hernández devuelve la magia de un autor tan intenso como estremecedor. Como bien es sabido, su militanciaen el bando perdedor, le llevó a ser encarcelado en Madrid en mayo de 1939. Cinco meses después, obtuvo la libertad, mas deseoso de volver a su tierra natal y de reencontrase con su segundo hijo -el primero había muerto a los diez meses de vida- no tuvo en cuenta el peligro que le acechaba.Al poco de su regreso, fue de nuevo encarcelado tras la denuncia de sus vecinos. Condenado a muerte, consiguió -gracias a antiguos valedores, como Cossío- que fuera conmutada la pena. Mas de poco sirvió, pues su peregrinaje por distintas prisiones, Palencia, Ocaña…, minó de tal forma su salud, que moriría en la cárcel de Alicante el 28 marzo de 1942, a causa de una tuberculosis pulmonar.
Ahora, el selloAverso, inicia su andadura editorial con
Amor, muerte y vida, una atractiva antología que aproximaal lector al simbolismo realista del autor oriolano. La compilación ofrece una muestra de textos recogidos en“Perito en lunas” (1933), “El rayo que no cesa” (1936), “Viento del pueblo” (1937), “El hombre acecha”(1937-1938) y “Cancionero y romancero de ausencias” (1938-1941).
La edición ha corrido a cargo de Pablo Quintela, quien en su revelador prefacio escribe: “Aquel hombre que se llamaba barro, aunque Miguel se llamase, aquel hombre que soñaba con las cumbres de la poesía, cuando todavía se presentaba como `pastor de Orihuela´, ante las voces más sonadas de la literatura de su momento; aquel hombre del que dijera Aleixandre ante su tumba ser ´el más puro, el más real de todos´, es hoy en día uno de los más grandes poetas de habla hispana.Su muerte truncó su carrera. Sus versos mantienen vivo su recuerdo”.
Sin duda que, esta compilación, refrenda las citadas palabras, pues el verbo candente, humano, solidario, de Miguel Hernández, resiste y revive casi un siglo después. En su mensaje, palpita aún una danza “de abriles y de mayos”, “una tormenta/ de piedras, rayos y hachas estridentes”, un reguero de sangre que “llueve siempre boca arriba, hacia el cielo”, un puñado de heridasque resuenan “igual que caracolas”, una hilera de verdad donde “florecerán los besos” muy cerca de la esperanza, un bordón de sueños “con el color de la edad/ sobre la escritura puesto”.
En el decir hernandiano el tiempo trasmina y se hace memoria, transparencia, espacio común desde el que refundar el origen y sentirse vivo. En sus versos, hay recóndita lumbre, íntima belleza, ascendente amor que se hace eternidad y donde sabiamente se conjugan el fulgor y el conocimiento: “Para la libertad sangro, lucho, pervivo./Para la libertad, mis ojos y mis manos,/como un árbol carnal, generoso y cautivo,/doy a los cirujanos./ Para la libertad siento más corazones/ que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,/ y entro en los hospitales, y entro en los algodones/ como en las azucenas”.