Se cumplen esta primavera sesenta y tres años de la muerte de Juan Ramón Jiménez. Tanto tiempo después, la pureza de su verso sigue alentando el ayer y el mañana de la poesía. Inagotables son las múltiples realidades que avivan su lectura, como inagotable es el caudal que los familiares, amantes y estudiosos de su legado siguen ofreciendo al lector de hoy.
La aparición de “Poemas impersonales” (Vandalia. Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2020), devuelve la vigencia del autor moguereño y aproxima un corpus en su mayoría desconocido hasta ahora. Con su ya habitual y esmerado quehacer, Soledad GonzalezRódenas se ha encargado de esta edición. Aunando los archivos conservados en Madrid y Puerto Rico, el volumen reúne ciento diecinueve composiciones, de las cuales cincuenta y cuatro son inéditas.
El grueso del poemario se compuso entre 1911 y 1923, si bien, en su incesante celo por revisar y pulir la totalidad de su obra, en 1953 y 1954 queda constancia de modificaciones y anotaciones varias con respecto a los originales. El propio Juan Ramón dijo de estos textos: “Tienen un parecido entre sí: el ser diferentes a los demás versos (…) Son poesías que yo comprendo que no me suenan a mías, como a veces parece que no hablamos palabras nuestras, ni hacemos nuestros solos jestos. No son imitaciones, pero son, sin ser de otros, lo menos mío que es posible”. Al cabo, pareciera que en su yo hubiera una clara voluntad de acoger nuevas identidades provenientes de lecturas, impresiones, vivencias…, pero que no terminaban de conjugar, tal vez, con su conciencia de entonces.
Dividido en cinco secciones: “Preludios”, “Versos a, por, para…”, “Iconolojías”, “Al encausto” y “Dejos” -además de la “Miscelánea” y “Borradores”-, Juan Ramón ensaya en esta compilación formas distintas, metros y estrofas variadas, a la vez que derrama una temática heterogénea. De ella, puede deducirse, también, un cierto giro hacia formas con menor ropajey un cierto hastío de los ejes modernistas: “Fruto en el corazón, fruto en la tierra./ Ya nada, como antes siempre, espera./ Es todo realidades. Mañana del amante”.
Al hilo del conjunto, puede apreciarse cómo el vate andaluz no dejaba nada atrás, ni su personalidad ni su esencia lírica. Inconformista, exigente, su ideal supremo era su propia vocación, su anhelo por alcanzar la palabra precisa, el verbo que impactara en la diana misma del alma propia y común: “La libre gloria de los campos, nuevos/ aún, mancha de ti su primavera/ última, con la carne/ ya del estío plena (…) ¡Saca, como una espada, alegre y pura,/ la luz de tu serena intelijencia”.
Desde su inicial romanticismo -un tanto lóbrego en ocasiones-, pasando por tonosmás emotivos y sentimentales, abrazado después al modernismo, sumergidomás tarde en la
poesía desnuda…, Juan Ramón fue siempre constante evolución. Por eso, iba desligándose de cualquier atadura que no fuese, en suma, su ulterior verdad.
El precio de su ambición, de su acerado requerimiento, son valores que marcaron su quehacer y convirtieron su magna obra en un canto de vida y de amor a la palabra. Aquí y ahora, frente a la voz -¿voces-? que destilan estos
poemas impersonales sabemos de nuevo de su libertad y su magisterio.