ABC adelanta este sábado que Pedro Sánchez plantea una crisis de Gobierno tras conceder los indultos a los presos del procés y con un 70% de los vacunados, pendiente, además, del desenlace de las primarias andaluzas de las que puede salir más tocado aún de lo que está tras el batacazo del 4M si se impone finalmente su archienemiga Susana Díaz.
Víctor Ruiz de Almirón señala la posibilidad de que el nuevo Gabinete tenga un perfil más político, da por hecho una reducción de carteras y especula con nombres que podrían salir o ser reubicados por su desgaste. Veremos.
La maniobra trata de salvar al PSOE, que cae en picado en las encuestas y es superado con amplitud por el PP de Pablo Casado. Pedro Sánchez rueda por la pendiente. El colapso parece inevitable. Ha alcanzado ese punto de rechazo social en el que, haga lo que haga, todo está mal para la opinión pública. Le pasó a Zapatero, a la expresidenta de la Junta. Es imparable.
El Gobierno bonito con el que accedió al poder ha dado paso a un Gobierno conformado por ministros abrasados y otros simple y llanamente sin relevancia alguna, como Manuel Castells o Pedro Duque.
Fernando Grande-Marlaska ha consumado el acercamiento de los presos de ETA al País Vasco y Navarra en un tiempo récord, justo al inicio de la desescalada, y sin contar con las víctimas del terrorismo, que denuncian la traición y la indignidad.
Arancha González Laya se muestra incapaz de solventar la crisis abierta con Marruecos y tampoco aclara si España ha variado su tradicional posicionamiento sobre el Sáhara Occidental, que se encuentra en la raíz del conflicto que mantiene todas las alarmas encendidas en Ceuta, Melilla y el Estrecho de Gibraltar. Incapaz de reivindicar el papel de España en el concierto internacional, que el presidente de EEUU no haya telefoneado a su homólogo español es humillante y sirve para medir la gravedad de la irrelevancia del Gobierno.
José Luis Escrivá, al frente de Inclusión y Seguridad Social, es incapaz de alcanzar acuerdos para garantizar las pensiones.
Los pesos pesados también acusan fatiga. José Luis Ábalos está marcado por el encuentro con la lugarteniente de Nicolás Maduro, Delcy Rodríguez, en Barajas, y es antipático por el papel de dóberman. María Jesus Montero carece de credibilidad como portavoz. Y Carmen Calvo se corona cada vez que abre la boca, la última pidiendo que no reparemos en el precio de la luz sino en quién pone la lavadora y plancha, si el hombre o la mujer.
Finalmente hay otros que están en guerra abierta y permanente con Unidas Podemos, como Nadia Calviño, incapaz de contenerse a expresar con su rostro el estupor ante declaraciones de Yolanda Díaz sobre la derogación de la reforma laboral en un vídeo viral o Margarita Robles, cuyo patriotismo rechina entre sus propias filas, con Iceta como entusiasta defensor de los indultos y el diálogo con los independentistas, y con los socios de Gobierno, Unidas Podemos, y parlamentarios, los partidos nacionalistas, que tienen secuestrado al presidente. Aunque éste, tal vez sea síndrome de Estocolmo, parece sentirse cómodo en ese lado.